domingo, 30 de enero de 2011

De cosas como mantenerse o trascender

—¡Dame duro! —prescribió ella con la misma autoridad de su cargo, mientras la pequeña cabina se sacudía violentamente, exagerando, por mucho, el decreciente transcurrir de los golpes de cadera que se suscitaban en su interior. De cuando en cuando, el dolor de su rodilla derecha la hacía jadear ruidosamente, lo cual, si bien estimulaba los bríos reproductivos del macho, no conseguía que aumentara la intensidad de su embestida. En su defensa debemos aclarar que lo suyo no era un problema mecánico —aunque la disnea no lo ayudaba— sino mental, relativo, específicamente, al análisis y selección de opciones: podía, por un lado, ceder a la petición de su compañera y arremeter febrilmente contra ella, pero, para lograrlo debía, primero, relajar su músculo anal y dejar salir el flato vinícola que mantenía prisionero. Contrariamente —y es lo que llevaba unos tres minutos haciendo—, podía mantener un rendimiento “regular” en la cópula sin arriesgarse, entre otras cosas, a exponer los extraños orígenes de sus hedores internos. Las luces de la estación terminal ya estaban a la vista y no había chance para más dubitaciones, así que eligió. Seis minutos después, en el estacionamiento, ella se acomodó por enésima vez el pantalón, estiró una sonrisa, encendió un cigarro y se despidió de él con un profuso beso en la boca. Nunca más se vieron.


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