miércoles, 24 de agosto de 2011

Protocolo de muerte

La hoja separó, con cierta sutileza, la epidermis y la dermis a lo largo de la línea de la mandíbula. Ella no gritó, porque para gritar necesitaba el aire que no le pasaba del punto donde él le apretaba el cuello. Instantes finales. Epifanías vanas. Qué más daba si su vida le pasaba por la mente en fracciones de segundo o si se apagaba de a poco como una vela. Pura mierda. El protocolo de muerte era el correcto, y al borde del desmayó sintió cómo la punta de una lengua tibia limpiaba la vida que se le iba a través de la herida. A él no le agradó el sabor a metal y menos que por sus manos bajara incesante la sangre, así que soltó primero el cuello y luego dejó sobre sus pechos el cuchillo. “No puedo”, le dijo, “mejor hazlo tú… sí, mejor mátame tú a mí”.  

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