En algún
momento llegué a pensar que en este piso había un asesino. Ya no lo creo. De
hecho, estoy convencido de que son dos.
Antes de
llegar a mi actual convencimiento, logré determinar (gracias a mis estudios de
Criminalística cortesía de Educrédito A.C.):
- Que los hombres son sus víctimas predilectas.
- Que
siempre ataca en el baño (cosa que sería imposible en caso de ser mujer ya que
ellas acostumbran a ir en grupo).
- Que
su hora depredatoria es a las tres de la tarde.
A las
tres de la tarde no hay mal aliento que me imponga la obligación de cepillarme
y si me dan unas ganas de orinar (de esas que no se aguantan) estoy provisto
con sendas botellas de refresco del tipo “bombonita” las cuales son capaces de
almacenar más de un litro de líquido. Sólo con motivo de una diarrea (con su
correspondiente puntada-de-los-diez-pasos) expondría mi vida utilizando el baño
a la hora del asesino.
Ah,
olvidaba mencionar que también identifiqué el arma homicida, pero eso no tuvo nada que ver con mis
estudios de criminalística. De hecho, ocurrió el mismo día que comencé a creer que
en este piso había un asesino (antes de convencerme de que eran dos).
Sentí la
puñalada mientras me cepillaba. No una puñalada normal, sino un golpe punzo
penetrante de gas metano. Se me nubló la vista y las partículas de oxigeno fueron
muriendo a causa de la contaminación. Entonces escuché ruidos tenebrosos que provenían
de la cabina número dos: el sonido hidráulico de la palanca, el agua bajándo en círculos y la hebilla de la correa que se ajusta en su lugar. En
ese instante salió el catire Bracho y sonriendo me dijo: “¿hace frío, verdad?”.
Yo no coordinaba una respuesta. Él se lavó las manos sin jabón y se fue. Me
dejó allí para morir —no tengo ninguna duda—. Eran las tres de la tarde. Gracias
a una de esas terquedades que le dan al cuerpo para sobrevivir, logré escapar y me senté en mi oficina transpirando
e hiperventilando. Mis compañeros me preguntaron qué me pasaba, pero me dio vergüenza
responder.
Mecanismo
de muerte: envenenamiento.
Desde
entonces estudio los movimientos del catire Bracho y evito coincidir con él en el baño, tal como lo relaté. Sin embargo, esta mañana ocurrió algo inesperado. Mientras
estaba orinando sentí nuevamente la hedentina a mierda y gas metano que
penetraba mi cuerpo y se alojaba justo entre mis ojos. Reconocí los sonidos
macabros y salí del baño sin sacudírmelo ni subirme la bragueta (era eso o la
muerte). Maldito Bracho. Esta vez sí se lo comenté a mis compañeros y todos nos
quedamos al pendiente de la salida del asesino del sitio del suceso. Para mi
sorpresa y la incredulidad de los otros, quien salió fue José María Castañeda sonriéndo y tamborileando con sus dedos sobre su carnet.
Ya no confío ni en mis propios compañeros. Me ha invadido una paranoía total. Ahora ando pendiente de qué come cada quien para tratar de anticiparme al que será mi proximo asesino. Resulta dificil trabajar así.
Ya no confío ni en mis propios compañeros. Me ha invadido una paranoía total. Ahora ando pendiente de qué come cada quien para tratar de anticiparme al que será mi proximo asesino. Resulta dificil trabajar así.