martes, 21 de diciembre de 2010

Instrucciones para destruir un álbum



Lo más importante es tener un álbum. Sí, parece obvio, pero no lo es. Mucha gente puede confundir “destruir un álbum” con destruir unas cuantas fotos viejas (tipo del bachillerato, cuando tienes bastantes pepas en la cara y poco te importa guardar las evidencias).

Para que se entienda: destruir un álbum es como demoler una casa; no ocurre todos los días ni es agradable.

He aquí las instrucciones:

1. Abrir el álbum.

2. Mirar todas las fotos en el orden “de la primera a la última”. Se recomienda ser cuidadoso con el paso de las hojas.
Nota: aunque no se quiera, el cerebro relaciona las imágenes con el lugar, la hora aproximada y, si le es posible, con otras circunstancias del momento. Así que mosca (sobre todo los de débiles convicciones).

3. Antes de proseguir, colocar un soundtrack de Woody Allen, el disco X&Y de Coldplay o cualquiera de Jack Jhonson.

4. Tomar cerveza (o cualquier otro distorsionante de la realidad).

5. Volver a la página uno y arrancar la primera foto de un solo jalón, como los médicos cuando le quitan un adhesivo.

6. Respirar.

7. Hacer lo mismo que en el paso 5 con la siguiente foto.

8. Repetir los pasos 6 y 7 sucesivamente.

9. Una vez se ha llegado a la última página, contar las fotos (esto no es indispensable).

10. Proceder con la destrucción de los ejemplares. Normalmente, basta con romper la foto en dos con ambas manos, justo por la mitad, pero también se puede usar una tijera o una máquina trituradora.
Nota: llegado a este punto es normal reír o llorar (dependiendo de muchas circunstancias). No se inhiba.
Nota2: no entrar en pánico si le es imposible destruir uno o dos ejemplares, probablemente con más tiempo lo logre.

11. Desechar las fotos en una bolsa de basura al igual que el álbum, que se lanza completo, no hace falta romperlo. Si está cuidado alguna persona de la Bonanza podría rehusarlo para levantar una nueva casa.

12. Intente dormir o pensar en otra cosa.


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domingo, 19 de diciembre de 2010

Una interpretación retorcida de la biblia

Pueden haber pasado quince años, pero en Valencia el calor es el mismo. Si es domingo, además, lo que provoca es desayunar en la cama viendo la premier league, leer el periódico por internet (maravilloso avance para no tener que salir) y caminar en bóxer del cuarto a la nevera rascándote una nalga. Fantástico (y si puedes hibernar varias horas, todavía mejor). Por eso no entiendo —me declaro incapaz— cómo es que los evangélicos (o sus siameses siniestros, los testigos de Jehová) pueden andar jodiendo de casa en casa un domingo a las once y media de la mañana. No se ofendan, pero que pesados son, parecen un pincher, una vaina que no es un perro de verdad pero, producto un trastorno psicológico severo, se lo cree.

Seamos claros, si los católicos, los musulmanes y los judíos salieran a joder en las mismas condiciones que lo hacen estos hijos de una interpretación retorcida de la biblia, los domingos serían una pesadilla.

En fin, cuando la mujer de la sombrilla y la falda por debajo de la rodilla me dijo que quería compartir conmigo “una información”, no pude más que preguntarme si no preferiría estar fornicando con su esposo en lugar que en la calle a treinta y cinco grados de calor; o no sé, planchando, cocinando para la semana, haciendo la tarea con sus hijos, cualquier vaina distinta. Además, si tenemos quince años diciéndoles qué no, qué les cuesta marcar la casa para no volver a pasar. No es tan difícil.

Nada, crean lo que quieran, pero no jodan.

 
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miércoles, 15 de diciembre de 2010

Diplomacia neonatal

La gente es de un sensible que da miedo. Hace un viaje de años estaba yo de lo más chusma jugando a la “ere” en una piscina verde de Lecherías, cuando un muchachito gordo, rolludo, pelo malo y dientes separados, se paró justo en la escalera que era una de las dos bases donde se podía llegar a salvo. Habrían pasado escasos dos años de aquél episodio en que pateé a Armando sólo porque me pareció que el pañal iba a amortiguar el golpe, pero por alguna razón, yo sentía que había madurado, así que, en lugar de agredir al moustrico, simplemente seguí como-si-nada.

Obviamente, jugar a la “ere” en el agua implicaba una que otra salpicadura producto de las brazadas y las patadas propias del acto de nadar. Implicaba también uno que otro empujoncito porque, como recordarán, cuando se juega a la “ere” nadie quiere ser, así que llegar a salvo a la base es, por así decirlo, de vital importancia.

Todo esto viene a cuento porque después que el pequeño pupú de piscina había tragado un poco de agua y se había caído un par de veces, mi primo, que es de una madurez que en aquél momento no envidiaba y que ahora pongo en duda, me pidió que tuviera cuidado con el niño. Yo, que nunca me negué a tener más cuidado, sólo respondí con la candidez de mis doce años: “Verga, este carajito es burda de feo, ¿verdad?”. Él, mi primo, me peló los ojos y salió nadando hacia el centro de la piscina, lo cual a mi me pareció muy tonto, porque lo podía tocar el que era la “ere” y decirle “eres tú”, pero cuando me volteé y vi que se me acercaba una vieja gorda, rolluda, pelo malo y con los dientes separados, lo entendí todo.

Sin entrar en detalles sobre todo lo que me gritó —que ameritó la intervención de dos mesoneros y del guachimán del hotel—, ese día decidí que, en lo que respecta a los padres de cualquier engendro entre los cero y cinco años, lo mejor es decirles que sus pimpollos son la cosa más bella del mundo, total, ellos igual se lo creen, así que ¿pa´ qué ponerse intenso con la verdad?.



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Reglamento en braille

Alguien con humor negro podría decir que yo manejo, con cierta comodidad, algunos temas relacionados con la discapacidad. No lo sé. Quizás. Es decir, no sé con qué tanta comodidad, porque una vez quise empujar por las escaleras al polio-sobreviviente que trabajaba en el Departamento de Ayudas Económicas de la UCAB. Mierda de tipo, de pana. Provocaba empalarlo con las muletas. De hecho pensé en hacerlo después de graduarme, pero para ese entonces ya se me había pasado la arrechera de la entrevista que me hizo en segundo año, así que ni modo.

Claro, eso fue un extremo. Por lo demás me parece que a las personas con condiciones especiales hay que darles oportunidad. Por ejemplo, cuando en junio Jim Joyce cantó ese quieto en primera, privando a nuestro Armando Galárraga de la perfección (y empavándolo, dicho sea de paso), yo lo asimilé en menudos treinta días, cuando me puse a pensar en la amplitud de la MLB al tener, en una liga tan exigente, al primer umpire ciego.

Los gringos —no se puede negar— siempre están un paso adelante.

Nosotros, que no somos gringos, pero nos encanta copiarnos de cuanta porquería hacen ellos (la comida, la ropa, las canciones y un largo etcétera) no podemos nunca —no lo soportamos— quedarnos detrás de esos perennes neófitos, así que, ni cortos ni perezosos, nuestra LVBP corrió al Centro de Atención Integral para Personas con Deficiencias Visuales y contrató al primer ciego que fuera fanático del béisbol y hubiera leído la versión del reglamento en braille.

Claro, todo eso fue en secreto, para que los gringos no se enteraran, porque en nuestro afán de superarlos, no bastaba tener a un vulgar umpire ciego; no, era fundamental tener a un umpire principal ciego.

Bueno, a ese hijo de puta lo hicieron debutar anoche y, como era de esperarse, no vio los dos strikes (con uno bastaba para el ponche) que dejó pasar Kroeger antes de darle en la madre al inservible de Machí.

Es verdad, todavía no lo asimilo, es una mierda perder así.



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