viernes, 29 de julio de 2011

Karol y El Chacal

Karol pasó tres meses sin cortarse el pelo y le salió una tomuza a lo Pecos Camba.  Finalmente la mamá le soltó los veinte bolos para el barbero y se fue hasta la Baralt donde lo agarró un travesti de mal humor y lo trasquiló con la maquina. Se vio en el espejo y se deprimió. En el riguroso orden que mantenemos desde el accidente, era mi turno de sacarlo a pasear. “Es que parezco una tortuga ninja”, me dijo, pero yo no le creí, porque el psiquiatra nos había advertido que las mentiras compulsivas eran parte de su dolencia. Cuando lo vi en la entrada del cine tuve que admitir que sí, que se parecía a Donatello con zapatos de enfermero. ¡Pobre Karol coño!, ¡malditos conductores borrachos, no joda!. Entramos a ver la peli del Chacal porque Edgar Ramirez se ganó el Cesar de las bolas que le echó. Fue una mala elección: no la editaron para el cine y quedó como una película larga y ladilla. De paso, era una producción francesa y al director se le ocurrió la genial idea de hacer par de close up del chaparro de Edgar Ramirez y Karol sufrió sendos ataques de mariquerismo. Ojo, eso no nos lo había advertido el psiquiatra y en el estadio nunca le había pasado, así que no supe qué hacer. El hecho es que el panita cada vez que le veía el champiñón a nuestro compatriota entraba en un estado de risa histérica y sudoración copiosa que vino acompañada, en la segunda ocasión, con espasmos furibundos que le hicieron tumbar las cotufas y el refresco. Los ratas de la fila de atrás se rieron y todo. Me dio full rabia, pero también los entiendo: uno en el cine, en plena francesada (porque de pana que los franchutes siempre salen con una vaina rara) y un gordo trasquilado que se parece a Donatello con zapatos blancos comienza a reírse y a sudar como un pollo, y allí, aprisionado en esas butacas que no están hechas para gente de esa contextura, se mueve histéricamente y tumba la bandeja con las cotufas y el refresco. Coño´e la madre de pana que da risa. Lo bueno es que con mariconada y todo el pana salió de la depre. Karol hermano, estamos contigo, nunca te abandonaremos. Esta semana es el turno del Cholo.



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Por qué los elefantes no pueden tener celular

El pequeño paquidermo del este se quedó sin saldo y como un acto normal de la tecnología compró una tarjeta prepago para recargar. “Código de tarjeta invalido”, le indicó El sistema. Lo intentó de nuevo otro par de veces con idénticos resultados. Llamó al centro de atención telefónica y luego de sortear todos los filtros de El sistema, logró ser atendida por un ser humano. “¿Está segura que la tarjeta es de la compañía correcta?”, fue la primera pregunta. “¿Raspó íntegramente el código de la tarjeta?”, fue la segunda; “¿Intentó recargar el saldo por la vía convencional y por la vía abreviada?”. A todas respondió que sí. Se generó un reporte que sería resuelto en 48 horas. Cumplido el lapso El pequeño paquidermo del este seguía sin saldo. Armada de la paciencia de los elefantes volvió a sortear El sistema y fue atendida por un ser humano distinto al primero, a quién le relató —de nuevo— lo ocurrido, teniendo que responder las mismas tres preguntas. “El reporte anterior salió mal. Yo estoy reportando nuevamente la falla. En 48 horas le damos respuesta”, dijo el operador. Transcurridos los dos días el teléfono celular seguía más muerto que la barra de Petroleros de Cabimas. El pequeño paquidermo del este comenzó a afilar sus colmillos de marfil para envestir a El sistema. Se asesoró con un abogado, revisó la página del INDEPABIS, la de la Defensoría del Pueblo e incluso la de la Fiscalía. “Esto es una falta de respeto, ¡no joda!”,  bramó en el lenguaje de los elefantes. “¡Chavez tiene razón, hay que joderlos a todos!”, continuó por varios minutos. Llamó por tercera vez y el operador le dijo que el reporte anterior no tenía fecha, así que no habían comenzado a correr las 48 horas. El paquidermo iracundo se apersonó en el Centro de Atención al Cliente con los colmillos como cuchillos y la trompa dispuesta cual cañón. “Ojala que me atienda una tipita porque la voy a esguañingá”, amenazó. La atendió una señorita que después de revisar la tarjeta del problema raspó con su uña acrílica el único pedazo del código que había sobrevivido, dejando ver dos números: 8 y 3.  Introdujo los digitos completos y el saldo se recargó. Luego de eso se podía ver al pequeño paquidermo del este caminando por el boulevard con un mohín extraño en el rostro. La trompa no se le veía porque la tenía metida justo allí, donde todos saben.   

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lunes, 18 de julio de 2011

Cómo...

Buscarle explicación al cómo de algunos cambios, la verdad es que me lo parte.

Desde unos días para acá comencé a dormir de ocho de la noche o tres de la mañana. Así no más, sin alarmas ni trampas. Siete horas de sueño continuo y despertón en plena madrugada. Heavy. Lo he aprovechado reescribiendo cosas viejas y sorprendiéndome del tiempo que tenía sin disfrutar un amanecer, como esa vez sobre el tanque del Morro, fumando Marlboro 100 y escuchando a Fito en un walkman o un diskman (no lo recuerdo), artilugios superados por el avance tecnológico; o la vez esa en navidad, viendo las estrellas que iban desapareciendo, sobre el capot de un malibú con Indie, que terminó eligiendo al gordo hijo´e puta que todo el mundo le dijo que no eligiera. Pero esa es otra historia. En cambio los pocos amaneceres que he visto en los últimos diez años han sido como vulgares, de esos que te atajan saliendo de una discoteca encandilado o comiendo cachapa en una arepera. Mundano, según la RAE. Claro, tantas horas de silencio tienen también su lado oscuro, ese continuo dialogo sin interlocutores, las ideas que rebotan contra si mismas y el pasticho de neuronas on the rock. Vileza vil. Construcción de excusas que nunca serán utilizadas (salvo en otro dialogo sin interlocutores); delirios de exilio sin grandeza; viajes de seis mil kilómetros; Providencia a las seis de la tarde; empecinamiento absurdo que no me abandona; búsqueda de lo que no se me ha perdido; sueños que no recuerdo y demasiado tiempo para planificar cómo me voy a equivocar.


 
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Cine continuado

¿Y qué fue de las funciones de cine continuado, ah? Aquello de meterse en una sala eternamente a ver la misma película sólo por estar allí (que es no-estar en otro lado) agarrándole la mano a tu acompañante o deslizándole un dedo inocente en el jugo de la entrepiernas; dedo que después iba, repetidamente, a la nariz que gustosa lo esperaba, como un tic maldito, una cosa que, claro está, sólo hacían los pervertidos, no los que leen este blog, que son puros gentlemen incapaces de incurrir en semejante conducta. De la misma manera, es evidente que tampoco me refiero a las dos o tres mujeres que leen esto, porque sería inimaginable, hasta para un fulano artero como yo, que una pana como Jennie (sí, forma marica de escribir Yeni) —que se escandaliza cuando se le dice paja a la masturbación— permita que un macho ose a introducirle media falange donde no le da la luz, sentados en la impunidad de la fila 32 del Broadway o en la 18 del Multicinema Chacaito. Que va, en aquella época Jennie seguro no salía del Concresa (que sólo reportaba violaciones en el estacionamiento, pero no robos en el cine) de la mano de uno de estos chamos que les decían “pavos” y que acababan de salir de la Academia Washington o del Champagnat y, por supuesto, aparte de meterse cocaína en los baños del Pin 5, no eran tan balurdos para andar jurungando mujeres a la mitad de Cazafantasmas.


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