martes, 4 de enero de 2011

In memoriam

En las festividades de fin de año hubo demasiados muertos para mi gusto. No me refiero a los noventa y uno que, según cifras extraoficiales, ingresaron a la morgue de Bello Monte, sino a dos: mi tío y mi secretaria.

Lo de mi tío era de esperarse, llegar a los 93 años como una lechuga es poco menos que una quimera. Lo bueno es que vivió. Conoció el mundo, fue preso cuando Gómez, sufrió a Pérez Jiménez y celebró cuando Betancourt. Navegó; cumplió su sueño de conocer Jerusalén y vivía a sus anchas, caminando y hablando con sus loras en su apartamento de Parque Central. Lo único reprochable –y no a él— es que el trámite se le haya prolongado tanto, casi un mes, siendo la última semana tan miserablemente larga. Siempre voy a recordar su figura alargada tomando café en un taburete entre la cocina y la terraza de mi casa. Era su lugar favorito cuando nos visitaba, no sé por qué.

El 23 de diciembre lo vi por última vez. Le dije que la próxima vez quería verlo caminando y el asintió con una sonrisa. Los dos sabíamos que no habría una próxima visita. Descansó el primero de enero, temprano en la mañana.

Lo de mi secretaria fue distinto. Un ACV hemorrágico la fulminó el treinta de diciembre probablemente comprando lo que le faltaba para celebrar el fin de año. Hablé con su novia en la tarde y me dijo que su situación era grave, pero que esperaba que se recuperara porque era una mujer fuerte y fue atendida rápidamente en la clínica.

El 31 a las siete de la noche la desconectaron de las maquinas. No tenía posibilidades, según dijeron los médicos. Tenía 45 años y no llegó a fastidiarme por la eliminación del Magallanes qué es lo que seguro haría el primer día de trabajo de enero en la oficina.

No la voy a extrañar como secretaria, pero me da full paja una muerte así: repentina y de una persona joven. Me da paja también con su hijo que ya andaba medio perdido y estoy seguro que con que esto no va a mejorar.

Equis. La vida continúa.



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