sábado, 20 de abril de 2013

Bolas de feng shui



Los de seguridad se acercaron al ver a un tipo de metro ochenta jugando con sus bolas como si fueran unas esferas relajantes de feng shui. Les molestó particularmente que el sujeto se mantuviera imperturbable ante su presencia (a los guachimanes se les para cada vez que alguien les demuestra respeto). “Por favor caballero…”, dijo uno de ellos, haciendo un gesto con la mano. Karol le sonrió y siguió masajeando circularmente su escroto. El segundo vigilante, que portaba una plaquita que decía Urbina, usó su radio: “Aquí Alfa 9, cambio, 72 en proceso, pasillo 4, piso 5, cambio” (el uso de la radio para pedir refuerzos, así sea innecesario, es una actividad similar a la masturbación en el bajo mundo de los vigilantes). “¿72?, cambio”, respondió algún otro guachimán. “Positivo, Alfa, indique su número cambio”, replicó Urbina. “Joven, por favor…”, insistía el primer vigilante. Karol se masajeaba con más fuerza las bolas. “Central, aquí Alfa 9 pidiendo autorización para aplicar procedimiento disuasivo no letal, cambio, el 72 continua en proceso, indique”, dijo Urbina, pero nadie le respondió. El primer vigilante, ya con un tono de nerviosismo, se dirigió a su compañero: “¿coño Urbina, qué vamos a hacer?, este carajo se va a pajear aquí”. Pero Urbina es un respetuoso del “Manual de Procedimiento para el personal de seguridad y acompañamiento del centro comercial”. “No tenemos autorización para actuar, Alfa 2”, le respondió finalmente. “¿Entonces lo vamos a dejar que se haga la paja?”. A todas estas Karol ya estaba recostado de una baranda manoseándose placenteramente las bolas y algunas personas se habían detenido a observar lo que ocurría, entre ellos un adolescente que filmaba la escena con su teléfono celular. Urbina sacó su Taser X26 y apuntó a Karol: “suéltate las bolas o te voy a electrocutar, muchacho marico” (esto es lo que diferencia a un verdadero policía de un guachimán, el policía ya le hubiera disparado). En eso intervino alguien: “¿qué pasa aquí, chique?”, dijo con autoridad, “¿tú te vorviste loco es la vaina?”, le dijo a Urbina, “baja esa pinga si no quieres meterte en un rolo´peo”. El primer vigilante se llevó la mano a la cintura (para nada, porque no tenía ni un palito de gancho de ropa). “Ah verga, chique, ¿tú también?”, le dijo Er Chike, que llevaba puesta una vicera y una camiseta Nike. “Mire mijo, este muchacho…”, refiriéndose a Karol, “es el currutaco enfermito de un chivo, azi que como se lez ocurra tocarlo…”, se quedó pensando pero no encontró ningún oficio que fuera más bajo que el de guachimán al cual pudieran degradar a los dos vigilantes. “Pero está incurriendo en actos indecentes a la vista de todos”, replicó Urbina. Todos voltearon a ver a Karol que estaba tocándose rítmicamente el escroto con los ojos cerrados y la cabeza hacia atrás. “Eze ahorita se canza, chique… pero si quieren meterze con él… yo ya los advertí”, dijo y se fue a hacer la cola en Subway. Los dos vigilantes se miraron entre sí. “¿El procedimiento qué?, cambio”, dijo alguien de la central por el radio de los guachimanes. “De qué quieres tú la vergaja esta?”, preguntó Er Chike en voz alta. Karol, como si hubiera regresado de otro mundo se soltó las bolas y se acercó hasta la cola de Subway. “El mío de hígado con queso”, dijo y se le quedó viendo a Urbina que guardó su radio y le hizo un gesto al primer vigilante para irse de allí. “Pinga´e coñazo que te diste tú, chique…”, respondió Er Chike, “habrase visto semejante jodía… hígado con queso…”.

miércoles, 17 de abril de 2013

Er Chike


Er Chike se detuvo a mitad del pasillo y fingió que se rascaba la nalga derecha para cumplir su cometido: acomodarse el interior que, por motivos desconocidos,   se le había convertido en un hilo dental. Para contener el impulso de olerse los dedos mordió su empanada. “A esta pinga le farta guazacaca, chique”, pensó, pero no se devolvió a donde la compró. Cuando se sentó sonrió por haberse liberado de la tela que presionaba su ano instantes antes. Siempre le pasaban cosas así, como la vez que se puso unas medias que combinaban con su pantalón pero se le bajaban a cada rato. Al salir de su casa no le pareció importante, pero a mitad de la tarde lo llamaron a una reunión en la Gerencia de Fideicomisos y se concentró tanto en no cruzar las piernas que ni se enteró de lo que estaban discutiendo los jefes. Mordió el último cachito de la empanada y miró a su alrededor, “pura chuzma, chique”, pensó, “ojala y este vergajo no ze vaya a caer… no hay na´ que varga la pena, vale”. Pero a los pocos minutos se acercó algo que valía la pena, algo que estaba perdido, que llevaba cabello rubio, copa 34 y audífonos gigantes. “Zi mi amor, este es er vuelo pa´ Maiquetía, vení y ponete cómoda”, gritó, a pesar de que la muchacha no le estaba preguntando a él sino a una vieja-culo-anchi-largo que lo vio como si oliera a mierda de gato. La muchacha, probablemente por pura cortesía, se sentó frente a Er Chike. “Esto es una golozina”, pensó él. “¿Primera vez que viajas?”, le preguntó sonriendo con restos de queso de la empanada entre los dientes. La muchacha bajó la mirada y en el ambiente quedó la duda de si lo había escuchado y se negó a contestarle o si la música de sus audífonos no le había permitido oírlo. A todas estas, lo que le molestó a él no fue el desplante sino la risa disimulada de los que se percataron. “Tan bonita y tan guevona, chique… que no me haga arrechar porque me saco er machete y plas plas, la cacheteo aquí mismo”. Le hizo señas con la mano hasta que captó su atención y ella se levantó levemente el altavoz derecho de los audífonos. “¿Mi amor que si esta es la primera vez que viajas?”. Ella respondió con un seco “no” y clavó sus ojos en su celular. “Verga pero la coñita ésta se lo está buscando, chique, ¡se lo está buscando!”. Le volvió a hacer señas hasta que la muchacha se levantó el altavoz izquierdo de los audífonos. “¿Eze es el airfon?”, le preguntó señalando su celular con los labios. La muchacha lo miró como si sopesara su exterminio y respondió con un seco “sí”, luego se volvió a colocar el altavoz, clavó su mirada en el teléfono y se sentó de lado, poniéndose casi de espaldas a Er Chike. Las risas esta vez fueron menos disimuladas. Así que se puso de pie y le dirigió una mirada iracunda a la muchacha y cuando estaba a punto de decirle algo llegó un sujeto cabeza rapada y con todo el brazo izquierdo tatuado que se paró frente a él y se le quedó mirando, a la expectativa. Er Chike decidió entonces sacar de su bolsillo el boarding pass, fingió que lo leía y miró el reloj que estaba sobre la puerta seis: “que farta´e respeto esta gente, chike”, le dijo al rapado-tatuado, “media hora de retrazo”. El sujeto le mantuvo la mirada el tiempo suficiente para que Er Chike se sentara, luego le dio un beso en la boca a la muchacha de los audífonos y se sentó a su lado. Uno de los sujetos que se había estado riendo soltó una carcajada sonora  que trataó de excusar leyendo algo en su celular. “Esto no se queda azi, chike, ya van a ver”, pensó, se paró y soltó un lánguido peo silencioso que entrañaba la acidez de la cerveza y los pinchos que se comió la noche anterior. Sin haber terminado de soltar toda la carga comenzó a caminar hasta un kiosco donde se compró un Meridiano y sonrió. “Estos guarichos-guele-peos no zaben que con Er Chike nadie ze mete”.