domingo, 27 de octubre de 2013

Sistema



Enciendo un cigarro y tomo una bocanada larga y espesa. Le echo el humo al café y tomo un sorbito porque creo que esta caliente. Esta tibio. Tomo un sorbo más grande y me quedo absorto en el tráfico y en la gente que pasa, como lo hacían esos tipos con traje de poliéster que veía frente a los ministerios cuando era niño. Me parecían unos flojos-perdedores-funcionarios-públicos. Ahora soy yo quien trabaja en un ministerio (pero no me ha ido tan mal, por lo menos he podido comprarme varias chaquetas de pana y algunos zapatos italianos) y salgo a fumar y a tomar café en horario de oficina. Lo entendí: por más que luches el sistema te gana, te arrolla, te da tanto que terminas sin ánimo de hacer nada extraordinario. Te rindes y te pesa en el alma admitir que te rindes, así que como todo da igual simplemente te tomas un brake, bajas, fumas, te rascas la barba, tomas café, buceas a las mensajeras (si fuera más lanzado hasta les hablaría, pero me da pena) y después regresas a sobrevivir. Esa es una forma de interpretarlo. La otra forma es que el sistema no te gana ni te arrolla, tú luchas y vas llevando el asunto tan bien como puedes, hasta que te empiezan a joder los que no tienen nada que ver con tu trabajo. Entonces en lugar de salir de la oficina para descansar de los problemas, te encuentras con unos rollos inmensos, con gente que no tiene más nada que hacer con su vida y se dedica a joder por entretenimiento (se destacan en ello), y allí comienza la sensación de que vas capeando un temporal, sacas y sacas el agua para no hundirte pero tampoco deja de llover. En medio de ese diluvio te provoca un whisky y un cigarro en un local donde pongan jazz, pero el sueldo no te lo permite (además que aquí no se escucha jazz y en los locales no se puede fumar). También te provoca tirarte salvajemente a una tipa, ponerle una mascara, darle cachetadas y halarle el cabello al momento de acabar, pero la sumisa que lo permite es la misma que no hace nada con su vida y jode por entretenimiento (se destaca en eso), así que comienzas a dudar sobre qué es exactamente lo que vale la pena. Entiéndase que sólo se “comienza” a dudar, porque para algunas personas el deseo esta por encima de todo (incluso de una duda consolidada) y terminan tranzando aún contra sus principios —en el caso que los tuvieran—, fornican, pegan, ponen mascaras, fuman y se calan su peo. Al día siguiente llegas con menos de la mitad de la energía a la oficina y la lucha contra el sistema sigue pero se relativiza, se emprende con menos ánimos y sin pronostico de victoria, por eso a media mañana mandas todo a la chucha y bajas a fumar y a tomar café, te rascas la barba (y las bolas) y te quedas absorto en el tráfico y en la gente; te buceas a las mensajeras y si no fueras tan penoso también les hablarías; sí, quizás también les hablarías.

martes, 8 de octubre de 2013

Zamuro



Comencé a personalizar mi oficina el mismo día que me la entregaron. Dos días después empecé a llevarme las cosas de vuelta a casa. Así está el país, a nadie le sorprende (y menos a mí). Sigo aquí, pero con la sensación de que estoy jugando la prórroga (eso tampoco es nuevo). Ese día, cuando estaba metiendo mi libro de Mir Puig en un bolso con camuflaje militar, un zamuro se posó en el balcón de mi oficina. Me quedé petrificado por unos instantes mientras lo veía y él me veía con la cabeza de medio lado, como miran los pájaros. Saqué lentamente (no sé por qué tan lento) mi celular y le tomé varias fotos. Luego comencé a acercarme despacito, casi como reptando, y a cada paso que daba el pajarraco hacía el amago de echarse a volar. No lo hizo. Nos miramos de nuevo con mutua desconfianza, separados solo por el cristal de la ventana, cuando repentinamente desplegó sus alas negras que semejaban la túnica de la muerte pero no voló. Le tomé otra foto y luego, como si se hubiera acostumbrado a mi presencia, bajó la cabeza y comenzó a masticar una hoja seca de la planta que dejó mi predecesor. En ese momento no era un temido pájaro de mal agüero ni el portador de un mal augurio; no era un consumidor furtivo de cadáveres; no era más que otro pájaro masticando una hoja como lo podría hacer un loro o una guacamaya. El día siguiente fue sábado y fui a trabajar en la tarde. Antes de subir compré una hamburguesa que me comí viendo hacia la ventana. Cuando sólo quedaba un pedacito se me ocurrió dejarlo en el balcón por si acaso volvía el zamuro. Quien sabe… quizás y funcionan igual que los gatos: viven en la calle pero les pones comida y lo recuerdan. Vienen, comen, los ves y se van. Simple. Sonreí imaginándome el momento en que mi sucesor este contento poniendo la oficina a su gusto y le llegue un zamuro hambriento a posarse en su balcón. Sublime. Le dejé el pedazo de hamburguesa, varias papas y me puse a trabajar.

sábado, 31 de agosto de 2013

El adjetivo correcto



Entre tú y yo sólo tengo una ventaja: la capacidad de encajar las grandes derrotas. Esto no se relaciona con el pesimismo sino con la certeza lógica de que el mundo no se acaba. Seguimos. Los peores momentos no te matan. Tampoco se trata de ser positivo. Quizás por eso sigo aquí imaginando mi exilio y tú sigues en el exilio extrañando Caracas. Y decir que nunca estuvimos cerca es tan errado como negar el momento exacto en que nos vimos, como quedarme callado cuando me preguntan por qué escribo o darle un dejo de razón a tu partida. Dejo. Razón. Partida. Nunca dudaste que fuera lo correcto, pero tampoco escuchaste cuando te advertí acerca del peso de hacer lo que se debe. Hoy te aplaudo desde la inmoralidad que rechazaste, convencido de que los dos estamos en el lugar correcto. El mundo no se acaba. Seguimos. Sin importar cuantas veces se me paralizó el cuerpo al recibir un mensaje tuyo, las líneas que me regalabas cual limosna y que yo atesoré con grandilocuencia; complicidad fugaz traducida en momentos nimios en los que contuve la respiración, como el día que te despediste y llovía, y a mí me pareció que era un cliché pero no quería que escampara. Cosas así. Retazos. Trozos que se unen gracias a un punto de sutura. La canción de Charly o tus manos sirviéndome un whisky. Tus cuentos del Paris que no conocía. La eterna búsqueda del adjetivo correcto como parte de mis cálculos para besarte. Cuanto me ha servido reducirlo todo a personajes; personajes que toman impulso para atreverse a romper el molde, que son capaces de viajar a buscar la respuesta a una pregunta que no pueden formular. Y llegan, y caminan de noche por Caballito con un nudo en la garganta, estirando la sonrisa hasta donde no da más con tal de que no se les escape por la hendidura de la boca una patita de la angustia que albergan; que amagan gestos que se quedan suspendidos en una dimensión sin tiempo; que dejan pasar las horas sonriendo porque temen que al cambiar el tema se termine la magia del reencuentro y estiran el dedo meñique para rozar una mano, tu mano, igual como ocurría en la lancha de Morrocoy o en las caminatas por el Parque del Este. Pero qué hubiera pasado, es una de las preguntas. Qué hubiera cambiado, es la otra. No se sabe, pero la duda ya no pesa o pesa lo mismo de siempre y nos acostumbramos. Obra del tiempo. Justo. Ni bendito ni maldito. Reduccionista. Lo suficiente para rebajarte al nivel de un recuerdo, al de una dirección de correo electrónico de la que no recibo ni cadenas. Esperanzas trasformadas en anécdotas que llegan como un flash de cámara entre el humo del tabaco y los hielos derretidos de mi whisky las noches que escucho a Charly o cuando veo muebles verdes y mujeres con traje de baño azul. Seguimos, pero ya no me angustia conseguir el adjetivo correcto para besar a nadie. Los peores momentos no te matan






lunes, 26 de agosto de 2013

Concesiones



La última vez fueron catorce minutos. Los conté con el reloj digital Casio que no me quito nipa. En esos catorce minutos chateé con Pupi y cuadramos almorzar al día siguiente; recordé el cuento de Fanny fornicando con el profesor de criminalística y traté de escribirle, pero la borré de mi lista de contactos hace tiempo, así que terminé mi burrito y me quedé mirando a Yaldhemis que también chateaba. Por un instante me pareció irreal: me deja metérselo en la boca pero no me habla, algo tipo “memorias de mis putas tristes”, pero peor, porque no hay realismo mágico que lo justifique. Luego caí en cuenta que en esta época meterle el chorizo en la boca a alguien está sobrevalorado, tanto Fanny como Yaldhemis se habían metido ocho (cada una) entre los quince y los diecinueve, así que era muy probable que esta última —al igual que yo— estuviera cuadrando su próxima víctima vía Blackberry messenger. “¿Te gustó?”, pregunté finalmente. Ella asintió con la cabeza sin dejar su celular. Tomé un sorbo de mi té y me puse “manipulador mode ON” con un discurso acerca de la comunicación y la importancia que tiene “conversar” para “la pareja” (esto no sé muy bien por qué lo enfoqué así, porque no somos pareja). El punto es que Yaldhemis dejó el celular y se quedó mirándome como un gato. Pasaron unos dos minutos incómodos y me preguntó: “¿te puedo decir algo?”. Me encogí de hombros. “No me vas a creer”, me dijo. Yo le aseguré que sí (cosa que no hubiera hecho de haberme imaginado lo que finalmente me soltó). “Vi un ovni”, sentenció. Yo puse la cara más neutra que pude, pero no soy bueno con las caras neutras. “Sabía que no me ibas a creer”. Luego vino un intercambio tan irracional como lo dicho, en el cual ella se resistía a contarme y yo insistía en que lo hiciera. “Vi un ovni hace tres meses. Estaba en la ventana de mi cuarto y una luz verde se detuvo sobre la casa de al frente, se quedó suspendida unos instantes y luego se elevó lentamente hasta que desapareció”. Hice tres preguntas: 1.- ¿estabas ebria?; 2.- ¿acababas de consumir algún medicamento?; 3.- ¿hay algún antecedente de enfermedad mental en tu familia?. Respondió negativamente a las tres, pero la última le molestó (lo sé porque me volvió a lanzar su mirada de gato). En ese instante me pasaron varias cosas por la mente, como un flash: mi título de Letras, mi tesis, el método científico, el primer capítulo de mi novela. Desvié la mirada, me tomé una píldora de Viagra y le dije que nos íbamos. “¿Para dónde?”, se sorprendió. “`Para el Dallas”, le respondí con el ticket de estacionamiento en la mano. “¿Pero me creíste?”; “claro”, asentí, pensado lo difícil que es conseguir a alguien de 19 años con las extraordinarias habilidades mamatorias de Yaldhemis y lo cerca que estuve de dañarlo todo por andar de maricón-escrupuloso. A estas alturas uno tiene que relajarse y estar dispuesto a hacer algunas concesiones. Si la pana no habla pues qué coño, algún detallito tenía que tener. Plomo y pa´dentro.

sábado, 20 de abril de 2013

Bolas de feng shui



Los de seguridad se acercaron al ver a un tipo de metro ochenta jugando con sus bolas como si fueran unas esferas relajantes de feng shui. Les molestó particularmente que el sujeto se mantuviera imperturbable ante su presencia (a los guachimanes se les para cada vez que alguien les demuestra respeto). “Por favor caballero…”, dijo uno de ellos, haciendo un gesto con la mano. Karol le sonrió y siguió masajeando circularmente su escroto. El segundo vigilante, que portaba una plaquita que decía Urbina, usó su radio: “Aquí Alfa 9, cambio, 72 en proceso, pasillo 4, piso 5, cambio” (el uso de la radio para pedir refuerzos, así sea innecesario, es una actividad similar a la masturbación en el bajo mundo de los vigilantes). “¿72?, cambio”, respondió algún otro guachimán. “Positivo, Alfa, indique su número cambio”, replicó Urbina. “Joven, por favor…”, insistía el primer vigilante. Karol se masajeaba con más fuerza las bolas. “Central, aquí Alfa 9 pidiendo autorización para aplicar procedimiento disuasivo no letal, cambio, el 72 continua en proceso, indique”, dijo Urbina, pero nadie le respondió. El primer vigilante, ya con un tono de nerviosismo, se dirigió a su compañero: “¿coño Urbina, qué vamos a hacer?, este carajo se va a pajear aquí”. Pero Urbina es un respetuoso del “Manual de Procedimiento para el personal de seguridad y acompañamiento del centro comercial”. “No tenemos autorización para actuar, Alfa 2”, le respondió finalmente. “¿Entonces lo vamos a dejar que se haga la paja?”. A todas estas Karol ya estaba recostado de una baranda manoseándose placenteramente las bolas y algunas personas se habían detenido a observar lo que ocurría, entre ellos un adolescente que filmaba la escena con su teléfono celular. Urbina sacó su Taser X26 y apuntó a Karol: “suéltate las bolas o te voy a electrocutar, muchacho marico” (esto es lo que diferencia a un verdadero policía de un guachimán, el policía ya le hubiera disparado). En eso intervino alguien: “¿qué pasa aquí, chique?”, dijo con autoridad, “¿tú te vorviste loco es la vaina?”, le dijo a Urbina, “baja esa pinga si no quieres meterte en un rolo´peo”. El primer vigilante se llevó la mano a la cintura (para nada, porque no tenía ni un palito de gancho de ropa). “Ah verga, chique, ¿tú también?”, le dijo Er Chike, que llevaba puesta una vicera y una camiseta Nike. “Mire mijo, este muchacho…”, refiriéndose a Karol, “es el currutaco enfermito de un chivo, azi que como se lez ocurra tocarlo…”, se quedó pensando pero no encontró ningún oficio que fuera más bajo que el de guachimán al cual pudieran degradar a los dos vigilantes. “Pero está incurriendo en actos indecentes a la vista de todos”, replicó Urbina. Todos voltearon a ver a Karol que estaba tocándose rítmicamente el escroto con los ojos cerrados y la cabeza hacia atrás. “Eze ahorita se canza, chique… pero si quieren meterze con él… yo ya los advertí”, dijo y se fue a hacer la cola en Subway. Los dos vigilantes se miraron entre sí. “¿El procedimiento qué?, cambio”, dijo alguien de la central por el radio de los guachimanes. “De qué quieres tú la vergaja esta?”, preguntó Er Chike en voz alta. Karol, como si hubiera regresado de otro mundo se soltó las bolas y se acercó hasta la cola de Subway. “El mío de hígado con queso”, dijo y se le quedó viendo a Urbina que guardó su radio y le hizo un gesto al primer vigilante para irse de allí. “Pinga´e coñazo que te diste tú, chique…”, respondió Er Chike, “habrase visto semejante jodía… hígado con queso…”.