martes, 4 de enero de 2011

AC


En diciembre me regalaron “El cuento de mi vida” de Andrés Caicedo. Son cuatro relatos sacados de sus diarios y dos cartas escritas el día de su muerte, de las cuales, la última es particularmente angustiosa. Su talento descriptivo era innegable.


Desde que cerré el libro me entraron ganas de leer “Que viva la música”, la única novela que escribió, pero voy a esperar un poco; leer a Caicedo te pone de un estado de ánimo raro, te provoca pasarte el día escribiendo y viendo películas y después mandarle cartas a cierta gente diciéndoles que dejen de esperar pendejadas de ti. Efectos de la lectura, imagino. Pero ¿qué es eso que cierta gente espera? Y ¿por qué lo tienen que esperar?, es decir, si uno quiere algo lo hace y ya, pero no se pone a esperar a que los demás lo hagan, eso es un facilismo absurdo y un atajo a la decepción que te vuelve doblemente frustrado: primero por no haberlo logrado y luego por quedarte esperando que otro lo haga sólo para proyectarte en él. Mierda.

El que esté esperando vainas de mi es mejor que se ponga a hacer otra cosa. No estoy por satisfacerlo.

Ahora, voy a mandar unos e-mails y a leer Lolita hasta que se me pase.


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