martes, 29 de enero de 2019

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Lo voy a decir así: me da mucha vergüenza todo esto. Bueno, casi todo. Leyendo con atención, lo posteado hasta ahora se puede clasificar en tres grandes grupos: 1.- mediocre con ínfulas de superioridad; 2.- tiradera de puntas indiscriminadas y 3.- autonegación. El conjunto representa una incoherencia aberrante que nada tiene que ver con la filosofía de todo-me-sabe-a-culo con la que he vivido, por lo menos, los últimos veinte años. No me di cuenta hoy. Lo sé desde hace tiempo, pero me negaba a aceptarlo. Ahora, habiéndose consumado la confesión, me dispongo a empezar de nuevo. Para ello, lo más fácil sería recurrir a las herramientas de edición y acabar con la pesadilla haciendo un solo click, pero entonces sentiría que estoy ocultado un pasado oscuro que no es tal. Me equivoqué, sí, de hecho, me he equivocado muchas veces, pero eso no es el fin del mundo. Hay una buena cantidad de material tanto aquí como en el proyecto principal que se puede leer porque no está contaminada con el demonio del ego que me persigue desde siempre. Cada vez que produzco algo lucho contra él (al igual que lucho contra las ganas de fumar). Es parte de mí y nunca me voy a librar de él, así que me esfuerzo en la gestión de pérdidas, en el control de daños, en procurar en que no deje de ser una parte para convertirse en un todo, como pasó hace años. Luego, lo de las indirectas ha sido una pérdida de tiempo y de energía irrecuperable. Ya, me tomó años internalizar que sus destinatarios ni siquiera me leen, así que qué tanto. Me gustaría, eso sí, poder asumir una de esas posturas de artículos de autoayuda y afirmar algo ridículo del tipo: “allá ellas que se lo pierden”, pero no es verdad. Perdí yo. Manejé mal las cosas y luego no pude enderezar el rumbo. A estas alturas no hay solución o, mejor dicho, la única solución es dejar las cosas atrás. Ya vendrán nuevos escenarios y veremos cómo nos va. Empecemos de nuevo.