jueves, 17 de marzo de 2011

Por qué me cambié de Movistar


Hace como diez años se hizo un encuentro de voluntarios en Los Caobos. Por aquél entonces yo estaba metidísimo con el trabajo de cárceles y asistí en representación del grupo al cual pertenecía.

Claro, me avisaron la noche anterior y cuando los de Proyección a la Comunidad me pidieron el material de apoyo de mi voluntariado, como era de esperarse, no lo tenía. Luego vino el desayuno y varias horas de estar sentado solo, sin nada que hacer aparte de ver gente fea (llegó un momento en que la vaina parecía una imagen de Calcuta). En todo el día no encontré ni conocí a nadie, así que a las 6:00 de la tarde me fui.

El lunes Karina  -mi coordinadora- me envió un mail que sólo decía: ¿Qué tal te fue? Yo le respondí algo como:

Kari, todo fue un desorden. Primero llovió y toda esa vaina quedó empantanada. Los otros chamos tipo normal, excepto los de educación, que se pusieron a bailar como unos monos cuando pusieron salsa. Unos tipos bastante desagradables. Por lo demás, no hice nada, porque nadie preguntó por nuestro trabajo de cárceles. De pana no me vuelvas a mandar a perder el tiempo en estas pendejadas”.

Esa era nuestra forma natural de comunicación, cero formalismos, lo cual me parecía una nota.

A los tres días recibí un correo de la Directora de Proyección a la Comunidad. No era para mí. Era para Karina pero yo aparecía copiado. El texto era más o menos así:

Estimada Karina, Lamento sinceramente que Tomás haya percibido las cosas de esa manera. Como lo dije en la presentación de ayer, el encuentro tuvo fallas pero también muchas cosas positivas. Con respecto a este muchacho te cuento que a primera hora, cuando llovía y se nos estaba mojando la comida del desayuno, no nos ayudó a montar el toldo (que se nos había caído). No le hicimos ningún reclamo, primero porque los muchachos de educación se encargaron rápido de solventar el problema, y luego, porque no sabíamos sí padecía algún impedimento físico o se estaba recuperando de alguna operación. Tú sabes que nosotros respetamos eso. Más tarde le pedimos los trípticos de VTEP para agendarle las reuniones, pero nos dijo que no los tenía así que no asistió a la reunión con el Director de Custodia y Rehabilitación del MIJ que estuvo allí como una hora y aprobó varios proyectos de grupos similares al tuyo. Ya al mediodía los voluntarios de educación hicieron una presentación para los niños con movilidad restringida de la Vega, tú sabes, para motivarlos en su recuperación. Fue un baile, no sé si fue a eso a lo que se refirió Tomás en su correo. Cuando el evento terminó, a las siete, él ya se había ido. De todas formas vamos a comunicarnos con él para ofrecerle nuestras disculpas por haberle hecho perder su tiempo, ¿me pasas su teléfono?. Saludos.-”

Ese fue el último día que usé mi línea MOVISTAR (en aquél entonces TELCEL).


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miércoles, 9 de marzo de 2011

Collage


Vio llegar a Jacinto pistola-en-mano y, sin pensarlo, echó a correr. Jacinto, por su parte, lo vio correr y, sin pensarlo, comenzó a disparar. Ninguno de los dos reparó en la mujer que compartían, el primero, ex profeso, y el segundo, por haberse negado a creer que aquella puta no hubiera cambiado en siete años.

Durante la primera ráfaga de tiros —a pesar de lo delicado del momento—, ambos sacaron sus primeras conclusiones:

1.- Las balas no zumban igual que en las películas (pensó él);
2.- La puntería no es la misma cuando le disparas a un malandro que cuando quieres matar al que se cogía a tu mujer en tu propia cama (pensó Jacinto).

Cuando llegó el momento en que los músculos de las piernas se le volvieron plastilina, se agachó jadeante detrás de un contenedor de basura. Allí, al ver a Jacinto apuntándole a la cabeza, se le distorsionó la noción del tiempo; con su mirada, recorrió parsimonioso el cañón de la .38 que parecía formar parte de la mano que la sujetaba, el brazo tenso, el hombro uniformado, el cuello erguido y el mohín alojado en el lugar donde pensaba que encontraría una sonrisa de satisfacción anticipada.

El último no es, necesariamente, el pensamiento más pertinente. Pero no importa, porque es el último.

En su caso no se trató de un único pensamiento, sino de una imagen prolongada, un collage de fotos de la casa —su casa— con los muebles de cuero marrón en la sala, el ambiente impregnado con el “olor a limpio” (que para él no existía porque “lo que huele es lo sucio” y “decir que huele a limpio es decir que no huele a nada”) que lo sofocaba; el pasillo que llevaba a la cocina decorado con el afiche de Magallanes “Campeones 1993-1994”; en un extremo de ella su taburete, el mismo en el que se sentó durante quince años, del que se cayó borracho, muerto de la risa, tomando ron con Coca Cola un sábado en la noche, el que tumbó para hacer espacio y abrir más las piernas de su esposa la mañana que sus hijos se fueron al plan vacacional; ella, su esposa; sus dos hijos; los cuatro acostados en una esterilla en Adicora; la sonrisa colectiva el día que compraron el carro nuevo… y quizás pudo seguir, pero la oscuridad comenzaba a gotear por la salida que se abrió la bala en su búsqueda de luz.



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