La noción de “limite” me es
ajena. Lo descubrí hace tiempo y perdí la cuenta de las veces que intenté
enmendarlo. Fracaso garantizado (es inútil luchar contra la naturaleza). Mucho
más sensato me ha resultado aceptarlo aun a pesar de los daños colaterales. En
ese contexto, este asunto de las fotos pudiera verse como un veneno que se le suministra,
a cuenta gotas, a un enfermo: innecesario —cuando menos— o eutanásico —en el
mejor de los casos—, pero siempre con el mismo resultado. Siendo así, todo se
reduce a una cuestión de tiempo: al tiempo que me tome encontrar un camino, una
puerta o un atajo, quizás al desastre, al “te lo dije” o a la calamidad profetizada…
quizás a una excusa de arena que sirva para levantar un castillo, a un eclipse
de luna, o a la posibilidad de una historia. Nunca se sabe, pero no está de más
volverlo a intentar.
martes, 6 de febrero de 2018
domingo, 28 de enero de 2018
Anotación #1
“Problemas de comunicación” sería
la manera sencilla de decirlo. La realidad es que no he parado de cagarla desde
que comenzó el año. Para empezar, rompí la regla de oro: no usar el celular
bajo los efectos del alcohol. La frase de Cortázar salió como un disparo,
trillada —además— porque no he parado de usarla desde que la leí, pero esta vez
no funcionó, vino seguida de un silencio amargo que duró una semana, hasta que
decidí humillarme más y procurar alguna explicación que tampoco recibí. Fin. Capítulo
cerrado. “Se pasa la página y listo”. Mentira. No me queda un ápice de
autoestima. Claro que he seguido estrellándome contra la misma pared, autocompadeciéndome
en esperanzas fatuas, y de paso, no he parado de lanzar mierda contra el
ventilador. Diagnóstico: masoquismo (del más puro e incurable). Posibilidades:
escasas (aunque debería decir “ninguna”). Queda algo a lo que le llaman trabajo
en lo que se refugia, normalmente, la gente con problemas similares a los míos,
pero yo no puedo hacerlo. No tengo cabeza para contestar presupuestos ni para
supervisar vendedores. Solo pienso en cómo darle una vuelta más a la tuerca que
me hunde más en el fango. No se diga más. Tampoco es algo patológico, la teoría
de los clavos que sacan otros clavos, aunque errada, resulta divertida.
Resultaba, porque la realidad es que uno de los clavos ha estado girando
insistentemente como un pollo que, por alguna razón, no se cocina. Me dio un
pesar muy leve, suavecito, y pasé de largo a otro clavo rendido después de
tanta insistencia. Experiencia amarga (peor que la del silencio) porque el
tiempo trae consigo la expectativa, y el choque con la realidad te deja
calculando, reflexionando si en realidad valía la pena tanta espera. Después de
todo eso —o quizás antes— están estas malditas ganas de fumar que no puedo
aplacar porque ahora los cigarros se compran solo con efectivo, pero no con
cualquiera porque no aceptan ni de baja ni de alta denominación, solo la
combinación correcta de billetes que yo, por supuesto, no tengo, porque si la
tuviera no hablaría de “ganas” de fumar. Paréntesis innecesario. Bocanada imaginaria.
Ensayo de soluciones a medias. Lo que me pasa tiene mal pronóstico. Escribo con
la intención de alejarme de aquello que quiero, pero con la vocación maldita de
obtenerlo, como si las cosas funcionaran así, como si los perdedores que van en
el autobús fueran a obtener algo de las muchachas a las cuales les ceden el
asiento, como si sirviera de algo tanto aquello como esto. Tengo la marca del
pesimismo a la misma altura que la del ron, pero una me disuade y la otra no. Por
hoy ha sido suficiente, pero sé que mañana encontrare otra manera de rebajarme.
Imaginaré otra excusa tan mala como todas las que he usado hasta ahora, en este
enero de mierda que no termina, y lo intentaré de nuevo.
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