miércoles, 12 de diciembre de 2012

Ascensor


Hace dos días me dejó el ascensor. Bueno, no me dejó, me negué a abordarlo invadido de un presentimiento absurdo (como todos los presentimientos). Recuerdo que pensé algo como “quizás…”, y en seguida mi tiempo se hizo más lento, algo inapreciable para los otros pero palpable para mí que sentía las miradas impacientes de los que estaban adentro recorriendo mi no-altura, mi miopía de 2.5, mi egoísmo de no decir siquiera “me quedo”. Para qué decirlo si lo estaba haciendo. La puerta se cerró frente a mí. Me di la vuelta y el indicador del otro ascensor marcaba PH. Quizás. Es decir: quizás fue una coincidencia que nunca ganara nada. Quizás los cinco cuentos que ganaron si eran mejores que los míos. Quizás debí tomar el otro ascensor y no esperar el que estaba esperando. El indicador marcó 13 y se me ocurrió que yo era más de dieces y que de treces. No lo sé. Es decir, esto último todavía no sé qué sentido tiene. Las probabilidades son infinitas para alguien como yo, que promedió 12 en matemáticas. Piso 4. Mis quizaces se iban convirtiendo en certezas (metamorfosis pero sin el romanticismo de Kafka). Estaba atribuyéndole el adjetivo “fallido” a mi presentimiento cuando se abrió la puerta del ascensor y allí estaba ella con el uniforme negro y el cabello recogido. Quizás, pensé. Entré, le sonreí y me respondió con el hielo de siempre. Quizás un coño. Por ahora. Me coloqué en una esquina (como hubiera hecho el bicho de Metamorfosis) para verla sin que me viera, a sabiendas de la obviedad de mi mirada. Quisiera saber cómo se llama, aunque sea sólo para consumo interno. Quizás le pregunte en un ascenso sin otros pasajeros. Quizás nunca me entere. Piso diez. Mi piso. El piso de un hombre de dieces. Sonreí, le di las gracias y se me quedó viendo inexpresiva. Entonces el tiempo no se hizo más lento sino que la puerta se cerró de coñazo frente a mi cara de pendejo. Me fui a mi cubículo silbando, acomodándome los lentes de burócrata y con el presentimiento de que al día siguiente sería igual.

viernes, 30 de noviembre de 2012

Intención


Créanme que cada día me levanto con la firme intención de ser tan mediocre como todos ustedes, hago mi mejor esfuerzo con ese objetivo en mente, pero al final nunca lo logro, así que de momento seguiré llevando este particular modo de existencia que no termino de comprender pero que —estoy convencido— no es el correcto.

jueves, 22 de noviembre de 2012

2



Anoche soñé contigo —que no sueñas conmigo, porque ni me hablas—, que me reclamabas por eso que ya sabemos, pero lo hacías de una manera indirecta como si yo no estuviera allí, mientras mi emoción crecía ante la incredulidad de ser el objeto de ese reclamo. Me defendí como pude, indirectamente, como si no estuvieras allí, pero no llegamos a nada, como siempre.

Sólo quedará volver


Anoche soñé que me fotografiaba con pingüinos y trotaba en un parque nevado de Punta Arenas. No conozco Punta Arenas, pero quizás la conozca el año que viene. Es cuestión de hacer el viaje, alquilar una cabaña que este cerca de un Jumbo (para abastecerme de vino) y pasar tres o cuatro días (porque no aguanto tanto frío) fumando, tomando y escribiendo. Mientras este en el sur no pienso afeitarme para saber si la barba me crece tipo Hemingway o tipo Cristo. Lo más probable es que me crezca tipo recoge-latas, pero no me importa.
Después subiré sin apuros a Puerto Montt y se me ocurre que allí, si la barba y el afro no llaman mucho la atención, puedo emboscar al chileno-argentino-español y darle unos coñasitos (por la espalda, como manda la Academia) de parte de Anita, que probablemente nunca se entere de eso (lo cual demuestra mi entereza).
Si lo de la emboscada no se da no me voy a lanzar al metro. Me comeré alguna comida con mariscos típicos de la zona, tomaré vino y escribiré.
En Puerto Montt tampoco me afeitaré.
Ese ascenso será en autobús. De noche. Es más barato y me deprimen los paisajes vistos desde un autobús. Me recuerdan los años en que la única forma que tenía para movilizarme era el transporte público. Parece que fue hace tanto, y no han pasado ni siete años. Me asquea haberme acostumbrado tan rápido a la comodidad. Mentira, no me asquea. Nunca pienso en eso.
De allí subiré a Pucón y me alojaré en una cabaña cerca del lago. El único fin de esto es torturarme toda la noche pensando en que me pueden asesinar y nadie de mi familia se enteraría. Mi cadáver estaría en una morgue extranjera y provinciana por el tiempo que establece la ley para que el Estado me acomode en un nicho.
Esa noche tomaré el doble de vino y no escribiré.
Tampoco pienso afeitarme en Pucón (ni visitar el puto casino).
Cuando el ratón me lo permita tomaré un bus hasta Temuco. No pienso avisar de mi presencia ni pedir la dirección. Tomaré un taxi y daré vueltas en torno a mis recuerdos hasta que encuentre la casa. Si se mudaron me quedo en un hotel del centro, pero al día siguiente sí los llamo porque los quiero ver. Espero poder quedarme dos días, comer asado y tomar cerveza.
Desde Temuco publicaré una foto de mi barba en Facebook. También publicaré una foto mía montando bicicleta.
Desde allí tomaré un avión al norte. Lo más al norte que encuentre. Al llegar alquilaré una cabaña en el desierto de Atacama. Tres días (al fin y al cabo es un desierto). Me voy a llevar un mono para trotar, pero presiento que regresará invicto. Además le tengo miedo a los desiertos desde que vi 127. Por alguna razón muy subjetiva le tengo cariño a mis manos.
Si CADIVI me lo permite regresaré a Santiago en avión. Tengo fe en pasar los controles policiales a pesar de mi aspecto jesuscristiano-afro-descendiente. Si no lo paso me tripearé el interrogatorio en la salita con los policías que se la tiran de malos. Como no pienso transportar drogas me cagaré en sus madres… total, lo peor que me puede pasar es que me deporten y entonces sólo estaría regresando a casa.
En Santiago me alojaré en el centro. Mentira, en Providencia. Nunca he entendido por qué me gusta tanto Providencia. Al segundo día será la primera vez que me afeite en un mes. Espero conseguir un barbero italiano-chileno que tenga espuma con cepillito y navajas de las viejas. Cuando me la esté pasando por la garganta no podré evitar imaginarme que al viejo le da un derrame o un infarto y me rebane con la hoja de puro reflejo. Siempre pienso pendejadas así, no es para alarmarse.
Una vez rehumanizado visitaré a los viejos en Vitacura. Tampoco pienso llamar ni avisar. Esa dirección la sé muy bien desde 2004.
Al día siguiente le caeré a Peters en la oficina (porque la dirección que me sé no es la actual), no sin antes adquirir una Pampero Aniversario para el gran Hans. Espero que me hospede por unos cinco días y podamos darnos una vuelta por Valparaiso.
Después sólo quedará volver.

viernes, 19 de octubre de 2012

Serpato, Florgaytino y yo


Cada vez que vengo a Caracas me enfermo. Nada de gravedad, simplemente se me desacomoda el cuerpo, como si mis células detectaran el momento justo en el que paso sobre la línea invisible que delimita al Distrito Capital para comenzar a reclamar mi atención.

Aníbal dice que es estrés postraumático. Qué no he superado lo del 99, cuando Caracas se tomó un laxante y nos expulsó cual parásitos de nuestra casa de San Bernardino, pero a mí no me parece, es decir, para llegar a una conclusión burda como esa no hace falta estudiar psicología. En fin, somos pobres y esa es la única asistencia que podemos pagar.

Pasar por la Valle-Coche me trae recuerdos particularmente dolorosos. Nunca superé que mi novia prefiriera estar como una balurda gritando por Serpato y Florgaytino en El Poliedro, en lugar de escabullirse en mi pieza cuando mi mamá salía a gastarse el sueldo de mi papá jugando lotería con las evangélicas de la pensión. Para más colmo, cuando se lo reclamé terminamos porque “no estaba dispuesta a renunciar a Florgaytino” por mí.

(Puñalada a mi ego que era un ego de Tukki-fanático-de-Tito-Rojas).

Gracias a eso pertenezco a la generación pajiza (adultos al borde de la disfunción eréctil como consecuencia de la sobre masturbación en la adolescencia) y soy el único que se despecha escuchando “de sol a sol”.

Después de mudarme dejé de ser tukki, pero vinieron las hormigas acuáticas, que no son hormigas ni son acuáticas, pero aparecen en el instante previo a sorber el agua, lo que me lleva a revisar minuciosamente cada vaso que llega a mis manos como si estuviera loco, o eso debe pensar la gente porque es lo mismo que yo pensaría. Lo raro es que yo sé que no hay hormigas y en base a ese conocimiento muchas veces, sobre todo en salidas con mujeres, omito la verificación en cuestión para ver si así aumento mis posibilidades de tener sexo, pero entonces siento a los putos insectos bajándome por la garganta y ya no disfruto el agua porque creo que las hormigas (que me estoy bebiendo) previamente caminaron sobre mierda y me van a ocasionar una infección estomacal. Ninguna mujer se acuesta con un tipo que cuando sale con ella tiene cara de infección estomacal, así que ustedes calculen.

Me gustaría que lo del 99 nunca hubiera ocurrido y poder seguir viviendo aquí, cerquita del Ávila, con ese olor a tierra mojada tan característico. Me gustaría beber agua como antes de aquello y no temerle a la lluvia, pero a Serpato y Florgaytino siempre los voy a odiar.