Hace
dos días me dejó el ascensor. Bueno, no me dejó, me negué a abordarlo invadido
de un presentimiento absurdo (como todos los presentimientos). Recuerdo que
pensé algo como “quizás…”, y en seguida mi tiempo se hizo más lento, algo
inapreciable para los otros pero palpable para mí que sentía las miradas
impacientes de los que estaban adentro recorriendo mi no-altura, mi miopía de
2.5, mi egoísmo de no decir siquiera “me quedo”. Para qué decirlo si lo estaba
haciendo. La puerta se cerró frente a mí. Me di la vuelta y el indicador del
otro ascensor marcaba PH. Quizás. Es decir: quizás fue una coincidencia que
nunca ganara nada. Quizás los cinco cuentos que ganaron si eran mejores que los
míos. Quizás debí tomar el otro ascensor y no esperar el que estaba esperando. El
indicador marcó 13 y se me ocurrió que yo era más de dieces y que de treces. No
lo sé. Es decir, esto último todavía no sé qué sentido tiene. Las
probabilidades son infinitas para alguien como yo, que promedió 12 en
matemáticas. Piso 4. Mis quizaces se iban convirtiendo en certezas (metamorfosis
pero sin el romanticismo de Kafka). Estaba atribuyéndole el adjetivo “fallido”
a mi presentimiento cuando se abrió la puerta del ascensor y allí estaba ella
con el uniforme negro y el cabello recogido. Quizás, pensé. Entré, le sonreí y
me respondió con el hielo de siempre. Quizás un coño. Por ahora. Me coloqué en
una esquina (como hubiera hecho el bicho de Metamorfosis) para verla sin que me
viera, a sabiendas de la obviedad de mi mirada. Quisiera saber cómo se llama,
aunque sea sólo para consumo interno. Quizás le pregunte en un ascenso sin
otros pasajeros. Quizás nunca me entere. Piso diez. Mi piso. El piso de un
hombre de dieces. Sonreí, le di las gracias y se me quedó viendo inexpresiva.
Entonces el tiempo no se hizo más lento sino que la puerta se cerró de coñazo
frente a mi cara de pendejo. Me fui a mi cubículo silbando, acomodándome los
lentes de burócrata y con el presentimiento de que al día siguiente sería
igual.
miércoles, 12 de diciembre de 2012
viernes, 30 de noviembre de 2012
Intención
Créanme que cada día me
levanto con la firme intención de ser tan mediocre como todos ustedes, hago mi
mejor esfuerzo con ese objetivo en mente, pero al final nunca lo logro, así que
de momento seguiré llevando este particular modo de existencia que no termino
de comprender pero que —estoy convencido— no es el correcto.
jueves, 22 de noviembre de 2012
2
Anoche soñé contigo —que no sueñas conmigo, porque ni me
hablas—, que me reclamabas por eso que ya sabemos, pero lo hacías de una manera
indirecta como si yo no estuviera allí, mientras mi emoción crecía ante la
incredulidad de ser el objeto de ese reclamo. Me defendí como pude,
indirectamente, como si no estuvieras allí, pero no llegamos a nada, como
siempre.
Sólo quedará volver
Anoche soñé que me fotografiaba con pingüinos y
trotaba en un parque nevado de Punta Arenas. No conozco Punta Arenas, pero quizás
la conozca el año que viene. Es cuestión de hacer el viaje, alquilar una cabaña
que este cerca de un Jumbo (para abastecerme de vino) y pasar tres o cuatro
días (porque no aguanto tanto frío) fumando, tomando y escribiendo. Mientras
este en el sur no pienso afeitarme para saber si la barba me crece tipo
Hemingway o tipo Cristo. Lo más probable es que me crezca tipo recoge-latas,
pero no me importa.
Después subiré sin apuros a Puerto Montt y se me
ocurre que allí, si la barba y el afro no llaman mucho la atención, puedo
emboscar al chileno-argentino-español y darle unos coñasitos (por la espalda,
como manda la Academia) de parte de Anita, que probablemente nunca se entere de
eso (lo cual demuestra mi entereza).
Si lo de la emboscada no se da no me voy a lanzar al
metro. Me comeré alguna comida con mariscos típicos de la zona, tomaré vino y
escribiré.
En Puerto Montt tampoco me afeitaré.
Ese ascenso será en autobús. De noche. Es más barato y
me deprimen los paisajes vistos desde un autobús. Me recuerdan los años en que
la única forma que tenía para movilizarme era el transporte público. Parece que
fue hace tanto, y no han pasado ni siete años. Me asquea haberme acostumbrado
tan rápido a la comodidad. Mentira, no me asquea. Nunca pienso en eso.
De allí subiré a Pucón y me alojaré en una cabaña
cerca del lago. El único fin de esto es torturarme toda la noche pensando en
que me pueden asesinar y nadie de mi familia se enteraría. Mi cadáver estaría
en una morgue extranjera y provinciana por el tiempo que establece la ley para
que el Estado me acomode en un nicho.
Esa noche tomaré el doble de vino y no escribiré.
Tampoco pienso afeitarme en Pucón (ni visitar el puto
casino).
Cuando el ratón me lo permita tomaré un bus hasta
Temuco. No pienso avisar de mi presencia ni pedir la dirección. Tomaré un taxi
y daré vueltas en torno a mis recuerdos hasta que encuentre la casa. Si se
mudaron me quedo en un hotel del centro, pero al día siguiente sí los llamo
porque los quiero ver. Espero poder quedarme dos días, comer asado y tomar
cerveza.
Desde Temuco publicaré una foto de mi barba en Facebook.
También publicaré una foto mía montando bicicleta.
Desde allí tomaré un avión al norte. Lo más al norte
que encuentre. Al llegar alquilaré una cabaña en el desierto de Atacama. Tres
días (al fin y al cabo es un desierto). Me voy a llevar un mono para trotar,
pero presiento que regresará invicto. Además le tengo miedo a los desiertos
desde que vi 127. Por alguna razón muy subjetiva le tengo cariño a mis manos.
Si CADIVI me lo permite regresaré a Santiago en avión.
Tengo fe en pasar los controles policiales a pesar de mi aspecto jesuscristiano-afro-descendiente.
Si no lo paso me tripearé el interrogatorio en la salita con los policías que
se la tiran de malos. Como no pienso transportar drogas me cagaré en sus madres…
total, lo peor que me puede pasar es que me deporten y entonces sólo estaría
regresando a casa.
En Santiago me alojaré en el centro. Mentira, en
Providencia. Nunca he entendido por qué me gusta tanto Providencia. Al segundo
día será la primera vez que me afeite en un mes. Espero conseguir un barbero
italiano-chileno que tenga espuma con cepillito y navajas de las viejas. Cuando
me la esté pasando por la garganta no podré evitar imaginarme que al viejo le
da un derrame o un infarto y me rebane con la hoja de puro reflejo. Siempre
pienso pendejadas así, no es para alarmarse.
Una vez rehumanizado visitaré a los viejos en
Vitacura. Tampoco pienso llamar ni avisar. Esa dirección la sé muy bien desde
2004.
Al día siguiente le caeré a Peters en la oficina
(porque la dirección que me sé no es la actual), no sin antes adquirir una
Pampero Aniversario para el gran Hans. Espero que me hospede por unos cinco
días y podamos darnos una vuelta por Valparaiso.
Después sólo quedará volver.
viernes, 19 de octubre de 2012
Serpato, Florgaytino y yo
Cada vez que vengo a Caracas me enfermo. Nada de
gravedad, simplemente se me desacomoda el cuerpo, como si mis células detectaran
el momento justo en el que paso sobre la línea invisible que delimita al
Distrito Capital para comenzar a reclamar mi atención.
Aníbal dice que es estrés postraumático. Qué no he
superado lo del 99, cuando Caracas se tomó un laxante y nos expulsó cual parásitos
de nuestra casa de San Bernardino, pero a mí no me parece, es decir, para
llegar a una conclusión burda como esa no hace falta estudiar psicología. En
fin, somos pobres y esa es la única asistencia que podemos pagar.
Pasar por la Valle-Coche me trae recuerdos
particularmente dolorosos. Nunca superé que mi novia prefiriera estar como una
balurda gritando por Serpato y Florgaytino en El Poliedro, en lugar de
escabullirse en mi pieza cuando mi mamá salía a gastarse el sueldo de mi papá
jugando lotería con las evangélicas de la pensión. Para más colmo, cuando se lo
reclamé terminamos porque “no estaba dispuesta a renunciar a Florgaytino” por mí.
(Puñalada a mi ego que era un ego de Tukki-fanático-de-Tito-Rojas).
Gracias a eso pertenezco a la generación pajiza (adultos
al borde de la disfunción eréctil como consecuencia de la sobre masturbación en
la adolescencia) y soy el único que se despecha escuchando “de sol a sol”.
Después de mudarme dejé de ser tukki, pero vinieron
las hormigas acuáticas, que no son hormigas ni son acuáticas, pero aparecen en
el instante previo a sorber el agua, lo que me lleva a revisar minuciosamente
cada vaso que llega a mis manos como si estuviera loco, o eso debe pensar la
gente porque es lo mismo que yo pensaría. Lo raro es que yo sé que no hay
hormigas y en base a ese conocimiento muchas veces, sobre todo en salidas con
mujeres, omito la verificación en cuestión para ver si así aumento mis
posibilidades de tener sexo, pero entonces siento a los putos insectos
bajándome por la garganta y ya no disfruto el agua porque creo que las hormigas
(que me estoy bebiendo) previamente caminaron sobre mierda y me van a ocasionar
una infección estomacal. Ninguna mujer se acuesta con un tipo que cuando sale
con ella tiene cara de infección estomacal, así que ustedes calculen.
Me gustaría que lo del 99 nunca hubiera ocurrido y
poder seguir viviendo aquí, cerquita del Ávila, con ese olor a tierra mojada
tan característico. Me gustaría beber agua como antes de aquello y no temerle a
la lluvia, pero a Serpato y Florgaytino siempre los voy a odiar.
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