martes, 14 de febrero de 2012

Coby reloaded


Ahora que estudio en el exterior comprendo que estudiar en el exterior está sobrevalorado. Tanto aquí —en el primer mundo—  como allá —que ya no es ni el tercero—, ocurren las mismas cosas: los profesores te califican como quieren, te cambian las reglas de evaluación  y cuando estás caminando en la cuerda floja… te soplan (no para tumbarte, sino para que sientas un poquito el vértigo de la altura). En cuanto a los alumnos, aquí y allá siempre hay un idiota que les jala bola a los profesores, no para pasar, sino porque disfruta el acto de jalar los testículos ajenos. Tampoco es un monopolio de nuestra herencia indígena tener pendejos que se la pasan preguntando sandeces sólo para destacar (el pendejo de mi pregrado se llamaba Coby, por cierto). Así las cosas, mal podría andarme con complejos sudacas ante las nuevas circunstancias —que son idénticas a las viejas pero con más caché— cuando nada ha cambiado: sigo pasando las materias por los bigotes del gato; sintiendo los soplidos de mal aliento por cada paso que adelanto en la cuerda floja; declarado asocial, ratificado impopular; más de lo mismo pero más viejo; igual pero muerto de frío en invierno; pelando bolas como siempre pero en otro idioma. 


lunes, 13 de febrero de 2012

Recordatorio de pago


Un ruido me despertó intempestivamente y como un reflejo tanteé en la mesa de noche en busca de mi reloj: 3:11 AM, <<coño'e la madre>>. Desde que viEl exorcismo de Emily Rosecada vez que me despierto en plena noche son las tres de la madrugada. La hora maldita. El ruido se repite, es ridículamente bajo. No entiendo como logró despertarme. Mi tele está encendida sin volumen, transmiten la reposición de La Hojillasí, veo VTV antes de dormir. Ver mierda me ayuda a conciliar el sueño (es otro reflejo)—. Cuando vuelvo a escuchar el ruido hago el siguiente análisis: las probabilidades de que sea el demonio o una de sus manifestaciones son remotas (y en el caso de que sea, mi muerte será rápida, producto de un infarto); las probabilidades de que sea un choro tratando de entrar a mi casa para mudarme, limpiarme las cuentas, perjudicarme (de pura maldad) y apuñalearme para tener una agonía larga y una muerte dolorosa, son altas. Salgo de mi cuarto armado con una navaja suiza y el celular metido en el interior (entre el glande y el testículo izquierdo). El corazón me late a toda velocidad (aumentan la probabilidades de un infarto). Recuerdo a mi hermano, que tiene una Glock, una Beretta y una Taurus, y me dijo mariquito cuando le dije que no me parecía buena idea portar armas de fuego. Que mariquito soy, de pana. A la medida en que avanzo en la oscuridad tratando de no hacer ruido aumenta el sonido nasal de mi sinusitis. No veo nada, porque dejé los lentes en mi cuarto. Otra vez suena el maldito ruido. Empiezo a desear que sea el demonio, porque enfrentar a un choro caraqueño con una navaja suiza es suicidio. Llego a la sala y no hay nada fuera de lugar. Me asomo por la ventana y veo a una pareja de perros fornicando. Me quedo viendo y se me para. Tomo nota mental: tengo que consultar a un psicólogo. Sigo caminado, sólo queda la terraza. Me aproximo sigiloso, como una chita (¿una chita?, coño'e la madre me estoy volviendo marico), me asomo y veo a mi papá acostado transversalmente en la hamaca. En el suelo, de rodillas, está mi madrastra, con la cara hundida entre las piernas de él. Cierro los ojos con todas mis fuerzas a sabiendas de que nunca voy a borrar esa imagen. Me provoca extirpármelos con la navaja suiza. Me voy en retroceso y cuando atravieso el pasillo hacia mi cuarto siento una fuerte vibración en las bolas. Es mi celular. Espero no quedar estéril. ¿Quién coño escribe a las tres de la mañana?. Reviso el celular: es el SENIAT, me recuerda que tengo que pagar el impuesto sobre la renta.