Ahora que estudio en el exterior comprendo que
estudiar en el exterior está sobrevalorado. Tanto aquí —en el primer mundo— como allá —que ya no es ni el tercero—,
ocurren las mismas cosas: los profesores te califican como quieren, te cambian
las reglas de evaluación y cuando estás
caminando en la cuerda floja… te soplan (no para tumbarte, sino para que
sientas un poquito el vértigo de la altura). En cuanto a los alumnos, aquí y
allá siempre hay un idiota que les jala bola a los profesores, no para pasar,
sino porque disfruta el acto de jalar los testículos ajenos. Tampoco es un
monopolio de nuestra herencia indígena tener pendejos que se la pasan
preguntando sandeces sólo para destacar (el pendejo de mi pregrado se llamaba
Coby, por cierto). Así las cosas, mal podría andarme con complejos sudacas ante
las nuevas circunstancias —que son idénticas a las viejas pero con más caché— cuando
nada ha cambiado: sigo pasando las materias por los bigotes del gato; sintiendo
los soplidos de mal aliento por cada paso que adelanto en la cuerda floja;
declarado asocial, ratificado impopular; más de lo mismo pero más viejo; igual
pero muerto de frío en invierno; pelando bolas como siempre pero en otro idioma.
martes, 14 de febrero de 2012
lunes, 13 de febrero de 2012
Recordatorio de pago
Un
ruido
me
despertó
intempestivamente
y
como
un
reflejo
tanteé
en
la
mesa
de
noche
en
busca
de
mi
reloj:
3:11
AM,
<<coño'e la madre>>.
Desde
que
vi
“El
exorcismo
de
Emily
Rose”
cada
vez
que
me
despierto
en
plena
noche
son
las
tres
de
la
madrugada.
La
hora
maldita.
El
ruido
se
repite,
es
ridículamente
bajo.
No
entiendo
como
logró
despertarme.
Mi
tele
está
encendida
sin
volumen,
transmiten
la
reposición
de
La
Hojilla
—sí,
veo
VTV
antes
de
dormir.
Ver
mierda
me
ayuda
a
conciliar
el
sueño
(es
otro
reflejo)—.
Cuando vuelvo a escuchar el ruido hago el siguiente análisis: las
probabilidades de que sea el demonio o una de sus manifestaciones son remotas
(y en el caso de que sea, mi muerte será rápida, producto de un infarto); las
probabilidades de que sea un choro tratando de entrar a mi casa para mudarme,
limpiarme las cuentas, perjudicarme (de pura maldad) y apuñalearme para tener
una agonía larga y una muerte dolorosa, son altas. Salgo de mi cuarto armado
con una navaja suiza y el celular metido en el interior (entre el glande y el testículo
izquierdo). El corazón me late a toda velocidad (aumentan la probabilidades de
un infarto). Recuerdo a mi hermano, que tiene una Glock, una Beretta y una
Taurus, y me dijo mariquito cuando le dije que no me parecía buena idea portar
armas de fuego. Que mariquito soy, de pana. A la medida en que avanzo en la
oscuridad tratando de no hacer ruido aumenta el sonido nasal de mi sinusitis.
No veo nada, porque dejé los lentes en mi cuarto. Otra vez suena el maldito
ruido. Empiezo a desear que sea el demonio, porque enfrentar a un choro
caraqueño con una navaja suiza es suicidio. Llego a la sala y no hay nada fuera
de lugar. Me asomo por la ventana y veo a una pareja de perros fornicando. Me
quedo viendo y se me para. Tomo nota mental: tengo que consultar a un psicólogo.
Sigo caminado, sólo queda la terraza. Me aproximo sigiloso, como una chita
(¿una chita?, coño'e la madre me estoy volviendo marico), me asomo y veo a mi
papá acostado transversalmente en la hamaca. En el suelo, de rodillas, está mi
madrastra, con la cara hundida entre las piernas de él. Cierro los ojos con
todas mis fuerzas a sabiendas de que nunca voy a borrar esa imagen. Me provoca extirpármelos
con la navaja suiza. Me voy en retroceso y cuando atravieso el pasillo hacia mi
cuarto siento una fuerte vibración en las bolas. Es mi celular. Espero no
quedar estéril. ¿Quién coño escribe a las tres de la mañana?. Reviso el
celular: es el SENIAT, me recuerda que tengo que pagar el impuesto sobre la renta.
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