miércoles, 2 de junio de 2010

Personal administrativo


Se enamoraron en horario de oficina, entre portadas de fax y resmas de papel. Él siempre fue lo que fue y ella, su secretaria. Por eso hubo quienes decían que lo suyo era de pronóstico reservado, “muy lindo” pero surrealista. Mientras tanto, ellos como sordos, como ciegos, enamorados, viendo perritos en Santa Mónica los fines de semana, comiendo banana split, montando caballos en el Junquito después de las cachapas y el chicharrón pelu´o, sacándose fotos en las maquinitas que siempre vieron en las películas y que ahora estaban aquí, en el pasillo del centro comercial por donde caminaban sin comprar nada. Tórtolos. Bellos. Ajenos al mundo, por lo menos hasta que el tiempo hizo su trabajo y ella se cansó, primero de él y sus conatos de bohemia, luego, de sus amigos; de las reuniones que transcurrían entre charlas de Buster Keaton y acordes de Thelonious Monk; de reírse de chistes que no entendía sólo para escapar impune y no convertirse en la protagonista de la siguiente mofa; del cansancio, en fin, que le producía el intentar adaptarse a algo que le era ajeno. Él sólo se cansó de ella, de sus griticos infantiles mientras hacían el amor, del olor del lubricante saborizado y de la perra de su madre.

Terminaron el día que aceptaron que no tenían nada de qué hablar. Ambos con la sensación de que habían perdido el tiempo; ella pensando que no había rumbas como las de la gallera de su mamá, a punta de salsa y con la cerveza helada; él seguro de que su reflujo era producto del consumo del lubricante de frambuesa. Por separado habían alcanzado algo parecido a la felicidad, por lo menos hasta que el tiempo hizo su trabajo y él, aburrido, la incluyó en un mail-cadena sobre la vida y el amor. Ella, vanidosa, asumió que lo leído era una petición de cacao, así que le mintió acerca de lo feliz que era con su marido ficticio y su título de TSU en algo, e incluso aventuró a preguntarle si había aprendido algo de su relación. Él sopesó por unos minutos su respuesta y luego escribió: “lo que aprendí fue a no salir con el personal administrativo, ¡balurda!”.




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