viernes, 7 de mayo de 2010

Bajo amenaza

Recibió amenazas durante todo el día, de todos los tipos, multiformes, etéreas, e hizo lo que mejor le iba: ignorarlas. Eran tan pocas las probabilidades de sobrevivir que no valía la pena seguir dando cabida al miedo que inundaba su cuerpo, así que salió de su casa, la buscó y fueron al cine recién estrenado en la calle Concepción. Aunque le costara admitirlo, eligió ese sitio porque no quería morir sin conocerlo; no quería morir de ninguna forma, pero menos sin conocerlo. La película no le convenció. Le pareció poco creíble que el infierno fuera un lugar donde el diablo se dedicara a leer filosofía a sus huéspedes. Tomó nota del nombre del director, del guionista y de los actores y juró que, si sobrevivía, nunca volvería a ver el trabajo de ninguno de ellos. Al salir, caminaron tomados de la mano hasta un café de aspecto porteño donde pidieron una botella de Ananké. “Si va a ser mi último vino que sea un buen vino”, pensó él. Luego se dio cuenta de que no estaba escuchando lo que ella decía de la película. Pensaba, casi de manera obsesiva, en la forma en que se presentaría la muerte para ejecutarlo. En ese momento recibió una última amenaza: “Te arrepentirás”. Sonrió ante la perspectiva de que su vida estuviera en manos de una persona que ignoraba su carencia de arrepentimientos. Le pareció irónico. La bomba explotó antes que terminaran el vino, pero ambos salieron ilesos. “La verdadera supervivencia es inexplicable”, pensó él mientras trataba de calmarla a ella; mientras trataba de calmarse a sí mismo, pero sobre todo, mientras trataba de inocular el temblor de sus piernas. Al día siguiente volvió a recibir amenazas de todo tipo: multiformes, etéreas, y nuevamente las ignoró.


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