En este rincón, que a todos se les antoja casual,
he decido establecer el bastión de mi fortaleza. Recorro la habitación con la
mirada hasta encontrarla. Fue demasiado fácil, como si lo hubiera hecho muchas
veces y mis ojos estuvieran habituados a ese recorrido. La miro brevemente,
varias veces, y trato de almacenar las fotografías. Planos generales y planos
detalle en una fracción de segundo. Sonrío. Disimulo. Asumo lo absurdo que
sería intentar hacer cualquier otra cosa. Desisto de la posibilidad de un
sabotaje. Recorro nuevamente la habitación en un acto de hipocresía. La
encuentro en donde la había dejado. Miro sus lunares. Se me ocurre construir
una casa de madera en el que tiene en la barbilla. Las vacaciones podría
pasarlas en el archipiélago de su hombro derecho. Ella me mira y sin decir
palabra me dice que quiere que la mire. La complazco. En un momento de lucidez
recuerdo que existe el mundo y encierro el instante anterior entre paréntesis. No
lo entenderían. Lanzo los dados en el juego de roles que he jugado toda la
vida. Me preguntan algo que no entiendo y respondo lo primero que se me ocurre.
Mis ojos van en piloto automático a las coordenadas en las que gravita. Permanece
allí, en parte porque sabe que no soportaría su ausencia, en parte porque
disfruta tenerme prisionero de sus movimientos, de sus palabras. Me dicen algo
pero la conversación se me escapa. No soy capaz de seguirla. Sí soy capaz pero
reconozco que no quiero. Quien me habla dice que todo es posible y yo me
imagino pintando signos de interrogación con un pincel delgadito y pintura de
oleo morada. En la distancia veo que se levanta y sale de habitación, y como
una reacción química que se desencadena con violencia comienzo a sentir que el
rincón se me hace pequeño. Me transformo en un animal aquejado de claustrofobia.
El aire escasea y los músculos de las piernas se me entumecen. Mejor camino un
poco. Exagero los movimientos para justificar ante los demás algo que sería
imposible de explicar. Acometo una búsqueda que resulta breve pero desesperada.
Antes del primer minuto asumo que todo está perdido. Al inicio de la segunda orbita
me disparan una pregunta a quema ropa. Miento. Doy otra vuelta en estado de
negación. Tomo fondo blanco y me sirvo otro ron. Todo es posible. Regreso
derrotado a mi rincón. Están hablando de correr y yo no corro. Consulto el teléfono
esperanzado en una explicación que no llega. Todo deja de tener sentido a una
velocidad que me impresiona. Sin ella se acaban las razones. Me despido. Tengo
asuntos pendientes. Nadie me cree ni tampoco les importa. Explico que viene un
primo y no tiene donde quedarse así que tengo que buscarlo. Antes de comenzar a
estrechar manos e intercambiar besos ella aparece. Me siento para esperar el
cruce de las miradas y hacerle saber el reclamo. Es mi mejor intento, pero es
un intento fallido. Se excusa con un gesto. La perdoné desde que entró. Ahora
se me ocurre —y no sé por qué— que la distancia que nos separa es mayor, como
si la acción de irse y volver hubiera roto un equilibrio que solo puede restablecerse
si me hago de su olor. Si compruebo que sigue allí, que no cambió en la
eternidad de su ausencia. Estoy claro en que el movimiento debe ser certero.
Meticuloso. No sé si soy capaz. Creo que he bebido mucho y precisamente por eso
también creo que sí soy capaz. Me aproximo cual depredador. Ella me espera cual
presa. Sólo necesito una bocanada de su cabello pero en un movimiento cruel y
desmedido se levanta y sale de nuevo. Sé que es momento de mantener la calma
pero no puedo. Acelero el paso para seguirla. La alcanzo y con un susurro la
inquiero. Me responde sin dejarme terminar, con conocimiento anticipado de mis
intenciones. Caigo en cuenta que ahora soy predecible. Ella es lo peor, y lo
mejor, y lo inexplicable. Se detiene en el pasillo angosto que es mi mejor
aliado y aprovecho de colocar mi mano en su espalda por un momento que soy
incapaz de calcular pero se me hace fugaz. No se mueve. No decimos nada por
miedo a ser escuchados, pero mi mano y su espalda se comunican en su propio
lenguaje. Miro sus ojos. Miro su boca. Sé que es posible. Sé que puede ocurrir
justo en este momento pero también sé que no va a pasar. La posibilidad es mi
victoria y regreso a mi rincón anegado de ella. Sonrío. Todo se repite una y
otra vez. Lo demás no me importa.
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