Uno sabe que está mal, que no debe ocurrir,
que se deben tomar medidas que lo eviten porque eso garantiza que lo demás —que
en la realidad termina siendo todo— se mantenga tal cual como está: funcionando.
Pero de un tiempo para acá he tomado consciencia de mí debilidad ante las
tentaciones. La historia es cruel. Las estadísticas son frías. Cada vez que me
he encontrado ante la posibilidad de un desastre también he contado con las
herramientas para evitarlo, pero nunca lo he intentado. Entre quitarme de la
trayectoria del huracán o atornillarme en su camino, prefiero lo segundo. No
conozco otra manera. La devastación también se elige.
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