Los de seguridad
se acercaron al ver a un tipo de metro ochenta jugando con sus bolas como si
fueran unas esferas relajantes de feng shui. Les molestó particularmente que el
sujeto se mantuviera imperturbable ante su presencia (a los guachimanes se les
para cada vez que alguien les demuestra respeto). “Por favor caballero…”, dijo
uno de ellos, haciendo un gesto con la mano. Karol le sonrió y siguió
masajeando circularmente su escroto. El segundo vigilante, que portaba una
plaquita que decía Urbina, usó su radio: “Aquí Alfa 9, cambio, 72 en proceso,
pasillo 4, piso 5, cambio” (el uso de la radio para pedir refuerzos, así sea
innecesario, es una actividad similar a la masturbación en el bajo mundo de los
vigilantes). “¿72?, cambio”, respondió algún otro guachimán. “Positivo, Alfa,
indique su número cambio”, replicó Urbina. “Joven, por favor…”, insistía el
primer vigilante. Karol se masajeaba con más fuerza las bolas. “Central, aquí Alfa
9 pidiendo autorización para aplicar procedimiento disuasivo no letal, cambio,
el 72 continua en proceso, indique”, dijo Urbina, pero nadie le respondió. El
primer vigilante, ya con un tono de nerviosismo, se dirigió a su compañero: “¿coño
Urbina, qué vamos a hacer?, este carajo se va a pajear aquí”. Pero Urbina es un
respetuoso del “Manual de Procedimiento para el personal de seguridad y acompañamiento
del centro comercial”. “No tenemos autorización para actuar, Alfa 2”, le
respondió finalmente. “¿Entonces lo vamos a dejar que se haga la paja?”. A
todas estas Karol ya estaba recostado de una baranda manoseándose
placenteramente las bolas y algunas personas se habían detenido a observar lo
que ocurría, entre ellos un adolescente que filmaba la escena con su teléfono
celular. Urbina sacó su Taser X26 y apuntó a Karol: “suéltate las bolas o te
voy a electrocutar, muchacho marico” (esto es lo que diferencia a un verdadero
policía de un guachimán, el policía ya le hubiera disparado). En eso intervino
alguien: “¿qué pasa aquí, chique?”, dijo con autoridad, “¿tú te vorviste loco
es la vaina?”, le dijo a Urbina, “baja esa pinga si no quieres meterte en un
rolo´peo”. El primer vigilante se llevó la mano a la cintura (para nada, porque
no tenía ni un palito de gancho de ropa). “Ah verga, chique, ¿tú también?”, le
dijo Er Chike, que llevaba puesta una vicera y una camiseta Nike. “Mire mijo,
este muchacho…”, refiriéndose a Karol, “es el currutaco enfermito de un chivo,
azi que como se lez ocurra tocarlo…”, se quedó pensando pero no encontró ningún
oficio que fuera más bajo que el de guachimán al cual pudieran degradar a los
dos vigilantes. “Pero está incurriendo en actos indecentes a la vista de todos”,
replicó Urbina. Todos voltearon a ver a Karol que estaba tocándose rítmicamente
el escroto con los ojos cerrados y la cabeza hacia atrás. “Eze ahorita se
canza, chique… pero si quieren meterze con él… yo ya los advertí”, dijo y se
fue a hacer la cola en Subway. Los dos vigilantes se miraron entre sí. “¿El
procedimiento qué?, cambio”, dijo alguien de la central por el radio de los
guachimanes. “De qué quieres tú la vergaja esta?”, preguntó Er Chike en voz
alta. Karol, como si hubiera regresado de otro mundo se soltó las bolas y se
acercó hasta la cola de Subway. “El mío de hígado con queso”, dijo y se le
quedó viendo a Urbina que guardó su radio y le hizo un gesto al primer
vigilante para irse de allí. “Pinga´e coñazo que te diste tú, chique…”,
respondió Er Chike, “habrase visto semejante jodía… hígado con queso…”.
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