martes, 8 de octubre de 2013

Zamuro



Comencé a personalizar mi oficina el mismo día que me la entregaron. Dos días después empecé a llevarme las cosas de vuelta a casa. Así está el país, a nadie le sorprende (y menos a mí). Sigo aquí, pero con la sensación de que estoy jugando la prórroga (eso tampoco es nuevo). Ese día, cuando estaba metiendo mi libro de Mir Puig en un bolso con camuflaje militar, un zamuro se posó en el balcón de mi oficina. Me quedé petrificado por unos instantes mientras lo veía y él me veía con la cabeza de medio lado, como miran los pájaros. Saqué lentamente (no sé por qué tan lento) mi celular y le tomé varias fotos. Luego comencé a acercarme despacito, casi como reptando, y a cada paso que daba el pajarraco hacía el amago de echarse a volar. No lo hizo. Nos miramos de nuevo con mutua desconfianza, separados solo por el cristal de la ventana, cuando repentinamente desplegó sus alas negras que semejaban la túnica de la muerte pero no voló. Le tomé otra foto y luego, como si se hubiera acostumbrado a mi presencia, bajó la cabeza y comenzó a masticar una hoja seca de la planta que dejó mi predecesor. En ese momento no era un temido pájaro de mal agüero ni el portador de un mal augurio; no era un consumidor furtivo de cadáveres; no era más que otro pájaro masticando una hoja como lo podría hacer un loro o una guacamaya. El día siguiente fue sábado y fui a trabajar en la tarde. Antes de subir compré una hamburguesa que me comí viendo hacia la ventana. Cuando sólo quedaba un pedacito se me ocurrió dejarlo en el balcón por si acaso volvía el zamuro. Quien sabe… quizás y funcionan igual que los gatos: viven en la calle pero les pones comida y lo recuerdan. Vienen, comen, los ves y se van. Simple. Sonreí imaginándome el momento en que mi sucesor este contento poniendo la oficina a su gusto y le llegue un zamuro hambriento a posarse en su balcón. Sublime. Le dejé el pedazo de hamburguesa, varias papas y me puse a trabajar.

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