La última vez
fueron catorce minutos. Los conté con el reloj digital Casio que no me quito
nipa. En esos catorce minutos chateé con Pupi y cuadramos almorzar al día
siguiente; recordé el cuento de Fanny fornicando con el profesor de criminalística
y traté de escribirle, pero la borré de mi lista de contactos hace tiempo, así
que terminé mi burrito y me quedé mirando a Yaldhemis que también chateaba. Por
un instante me pareció irreal: me deja metérselo en la boca pero no me habla,
algo tipo “memorias de mis putas tristes”, pero peor, porque no hay realismo
mágico que lo justifique. Luego caí en cuenta que en esta época meterle el
chorizo en la boca a alguien está sobrevalorado, tanto Fanny como Yaldhemis se
habían metido ocho (cada una) entre los quince y los diecinueve, así que era
muy probable que esta última —al igual que yo— estuviera cuadrando su próxima
víctima vía Blackberry messenger. “¿Te gustó?”, pregunté finalmente. Ella
asintió con la cabeza sin dejar su celular. Tomé un sorbo de mi té y me puse
“manipulador mode ON” con un discurso acerca de la comunicación y la
importancia que tiene “conversar” para “la pareja” (esto no sé muy bien por qué
lo enfoqué así, porque no somos pareja). El punto es que Yaldhemis dejó el
celular y se quedó mirándome como un gato. Pasaron unos dos minutos incómodos y
me preguntó: “¿te puedo decir algo?”. Me encogí de hombros. “No me vas a
creer”, me dijo. Yo le aseguré que sí (cosa que no hubiera hecho de haberme
imaginado lo que finalmente me soltó). “Vi un ovni”, sentenció. Yo puse la cara
más neutra que pude, pero no soy bueno con las caras neutras. “Sabía que no me
ibas a creer”. Luego vino un intercambio tan irracional como lo dicho, en el
cual ella se resistía a contarme y yo insistía en que lo hiciera. “Vi un ovni
hace tres meses. Estaba en la ventana de mi cuarto y una luz verde se detuvo
sobre la casa de al frente, se quedó suspendida unos instantes y luego se elevó
lentamente hasta que desapareció”. Hice tres preguntas: 1.- ¿estabas ebria?;
2.- ¿acababas de consumir algún medicamento?; 3.- ¿hay algún antecedente de
enfermedad mental en tu familia?. Respondió negativamente a las tres, pero la
última le molestó (lo sé porque me volvió a lanzar su mirada de gato). En ese
instante me pasaron varias cosas por la mente, como un flash: mi título de
Letras, mi tesis, el método científico, el primer capítulo de mi novela. Desvié
la mirada, me tomé una píldora de Viagra y le dije que nos íbamos. “¿Para
dónde?”, se sorprendió. “`Para el Dallas”, le respondí con el ticket de
estacionamiento en la mano. “¿Pero me creíste?”; “claro”, asentí, pensado lo
difícil que es conseguir a alguien de 19 años con las extraordinarias
habilidades mamatorias de Yaldhemis y lo cerca que estuve de dañarlo todo por
andar de maricón-escrupuloso. A estas alturas uno tiene que relajarse y estar
dispuesto a hacer algunas concesiones. Si la pana no habla pues qué coño, algún
detallito tenía que tener. Plomo y pa´dentro.
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