lunes, 10 de septiembre de 2012

Imagenes difuminadas de la sala de espera

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Ayer vi despegar un F-16 (fueron cuatro en realidad, pero sólo el primero fue significativo). Al darme la vuelta para regresar al bar, un tipo blanco con afro tocaba un piano de cola que en lugar de su cajón de cuerdas tenía una bañera donde nadaba una sirena con cara de perversa. Una escena como esa hubiera sorprendido a cualquiera, menos a mí (ni a Gabo), porque eso lo hizo Fito hace como diez años en el video con Sabina. Me encogí de hombros y pasé de largo, caminando entre viejas que no dejaban de mirarle las tetas operadas a la sirena.

Retomé mi lugar en el bar y en un episodio inexplicable de melancolía pedí un ron en honor al gran Hans, pero no me lo tomé (no me gusta el ron), total… la intención es lo que cuenta. Las horas siguieron transcurriendo entre cervezas y miradas que se estrellaban en la comisura sacra de la morena pelo amarillo sospechosamente parecida a Penny, sospechosamente parecida a la mujer desnuda con la que soñé en un concurso de televisión, pero no era ninguna de las dos; no era más que una mujer sentada en un bar magreándose con un tipo afeminado a la cual se le bajaban las pantaletas cuando se sentaba.

El cierre del bar ocurrió antes de la llegada de mi avión. No dejé propina.

Con el culo adolorido por las carencias anatómicas de las sillas de la sala de espera comencé a escribir en mi cuaderno rojo, el mismo en el que sale el pavoso de Barrichelo porque quien me lo regaló no sabía que el duro era Shumy; el mismo que me advirtieron que escondiera pero nunca lo hice.

Escribí “Instrucciones para usar una almohada” y cuando terminé me dio un ataque de risa. Todo el mundo se quedó mirándome y sentí vergüenza. En ese momento pasó la morena-catira del bar y me imaginé oliéndole el cuello sudoroso e impregnado de VIP CH. Me provocó probarla despacio, con la punta de la lengua, pero no era Penny (a quien le pasé la lengua sólo por las muñecas), ni la del concurso de televisión (a quien le besé las cicatrices de los pechos); era sólo un tipa que caminaba de la mano de un tipo afeminado que se parecía a mí, pero menos gordo.

Llegó el avión y twitié que qué peo con la inspiración y el momento en el que llega. Nadie lo leyó. Me apresuré a trazar un pequeño esquema de mi plan en la siguiente hoja del  cuaderno rojo: comprarle una almohada y regalársela. Me dio tanta risa que se me salió peo. Cuando me calmé le apliqué lógica al asunto: ¡donde fracasé con el perfume, la cartera y el CD, triunfaré regalando una almohada metida en una bolsa! Soy un duro carajo. El Schumacher tropical, pues.

Satisfecho ante mi creatividad inagotable, me rasqué la bola izquierda con cara de sobrao. Cerré los ojos y me imaginé los F-16 despegando al ritmo del piano de cola con la sirena.

Mi avión salió a la medianoche. 

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