Me gustaría pensar que cada siete años me provoca
bailar como lo hicieron Travolta y Thurman en Pulp Fiction, pero ese sería un
pensamiento extraño inclusive para mí.
Aquélla noche de diciembre acababa de recibir un sí
que luché durante meses y me habían cuadruplicado el sueldo en un cambio de
trabajo. Me pareció que estaba en el tope de la felicidad de un cuarto de siglo
así que bebí todo el vino que pude y fumé todos los Lucky Light de mi hojalata
verde mientras la velada transcurría entre conversaciones de cine y chismes
universitarios. Todo “bem”. Todo positivo. Hasta que sonó una canción que ni
recuerdo, me paré y sí, literalmente bailé como Travolta con mi Perversa como
compañera. Como si fuera el final de algo y dejara de importar el ridículo o la
vergüenza. Como si te entregaras a la inercia de unos movimientos que te son
ajenos; que no quieres controlar. Fueron unos minutos de invisibilidad en los
que aquello de “baila como si nadie te viera” cobró total sentido. Fue genial.
Luego de casi siete años, hoy amanecí con ganas de
bailar otra vez como Pulp Fiction. No importa todo el lastre de estos meses confusos
en que sumamos a la decadencia: las relaciones comatosas que apagamos con
eutanasia; las despedidas, ni los momentos en que contuvimos la respiración en
vano… todo a la mierda; a la basura. Hoy bailaré como si fuera el final de
algo. Cómo Adam West. Cómo Travolta. Cómo Jackson. Acompañado. Solo. En grupo.
No importa, porque cuando se apague la música le voy dar al botón de “reset” y
mañana todo volverá a comenzar, como si nada hubiera pasado.
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