martes, 8 de mayo de 2012

Tokyo


Las calles están mojadas y yo pienso en Tokyo y en un vagón de tren. Caminamos brevemente, encerrados en la hostilidad de su silencio (el suyo, a pesar de que yo tampoco hablo) como dos extraños. No le pierdo de vista —como en Takeshita Dori—, por eso sé que a cada tanto me busca con una mirada que procura parecer indiferente, aunque no lo logra. Sonrío. En la entrada del metro está el saxofonista de todas las tardes, el que nos recordaba al de Nishi-Funabashi —salvando las distancias—, pero hoy no toca, quizás por la lluvia, quizás por tantas cosas que podríamos imaginarnos al ver quieto algo que debe estar en movimiento, no lo sé. Entramos a la estación y dejamos atrás nuestra única caminata bajo la lluvia, la que dijimos que nunca tendríamos por parecernos de un cursi mortal. Irónico que luego de afanarnos en evitar los clichés ahora me pase horas escuchando esta canción y mirando fotos de vidrios mojados por la lluvia. Se detiene sólo para reafirmar que las pausas le sientan bien y yo me apresuro ante la angustia de que espere, pero no la alcanzo sino hasta entrar al vagón donde regresábamos todas las noches, como hoy, en la época en que creía que siempre estaría aquí soportando mi silencio, mirando las fotos del viaje a Tokyo y sonriendo. Ahora el metro avanza. No la veo.


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