Las calles están mojadas y yo pienso en Tokyo y en un
vagón de tren. Caminamos brevemente, encerrados en la hostilidad de su silencio
(el suyo, a pesar de que yo tampoco hablo) como dos extraños. No le pierdo de
vista —como en Takeshita Dori—, por eso sé que a cada tanto me busca con una
mirada que procura parecer indiferente, aunque no lo logra. Sonrío. En la
entrada del metro está el saxofonista de todas las tardes, el que nos recordaba
al de Nishi-Funabashi —salvando las distancias—, pero hoy no toca, quizás por
la lluvia, quizás por tantas cosas que podríamos imaginarnos al ver quieto algo
que debe estar en movimiento, no lo sé. Entramos a la estación y dejamos atrás
nuestra única caminata bajo la lluvia, la que dijimos que nunca tendríamos por
parecernos de un cursi mortal. Irónico que luego de afanarnos en evitar los
clichés ahora me pase horas escuchando esta canción y mirando fotos de vidrios
mojados por la lluvia. Se detiene sólo para reafirmar que las pausas le sientan
bien y yo me apresuro ante la angustia de que espere, pero no la alcanzo sino
hasta entrar al vagón donde regresábamos todas las noches, como hoy, en la
época en que creía que siempre estaría aquí soportando mi silencio, mirando las
fotos del viaje a Tokyo y sonriendo. Ahora el metro avanza. No la veo.
que lectura tan grata! excelente.
ResponderEliminar