Anoche caminé, por momentos, en la oscuridad. Como es normal hablé poco;
tan poco que el primer rayo de sol me sorprendió en silencio,
calculando el espacio que nos separaba, convencido de que no había
muchas cosas, tan sutiles y majestuosas, como un amanecer compartido en
la distancia de dos cuerpos que, a pesar de estar próximos, se mantenían
fieles a su soledad. Mi presencia se fue convirtiendo, de a poco, en
una elipsis, e incapaz de abandonar mis pensamientos, comencé a soñar
con la llegada de alguien capaz de sacudirme y conectarme, nuevamente,
con las palabras que callo, con mis miedos, con las cosas que niego
rotundamente; conmigo mismo y con la posibilidad de que todo un mundo
racional pueda derrumbarse ante la sencillez de una mirada.
Con la
llegada del alba, sucumbió el último intento de lidiar con un silencio
negado a claudicar. Me despedí delatado por mis gestos. Descubierto por
sus ojos que sabían que yo sólo tengo dos tipos de palabras: las que me
abandonan y las que callo ante la inminencia del final.
(*) Publicado el 1/9/2008 en http://delluviayotrosrelatos.blogspot.com
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