jueves, 14 de octubre de 2010

Zona libre de humo


Hace ya varios años, la Gerencia del equipucho que se hace llamar Leones del Caracas declaró sus tribunas (no así las gradas) como zonas libres de humo, por lo cual, está prohibido fumar en las sillas del estadio. A tales fines se instalaron anuncios en varias partes del recinto, en la página web del equipo y, adicionalmente, el locutor a cargo de los parlantes internos lo repite varias veces durante los juegos. El mensaje no puede ser más simple: no se puede fumar dentro del estadio, punto.

La gente que no fuma es más y está compuesta, en su mayoría, por personas sospechosamente delicadas (los que dicen que no soportan el olor del humo) y por hipocondriacos (los que creen que cualquier exposición al tabaco, por mínima que sea, les causará cáncer de pulmón). Sí, hay mucha gente frita, pero qué coño.

Todo esto viene a que, a pesar de lo repetitivo del asunto, siempre hay un manganzón que agarra y prende un cigarro en pleno juego. Ojo, no es que todos los fumadores sean manganzones, para nada —de hecho hay algunos que son hasta refinados—, pero es que ineludiblemente tengo que pensar en Karol, el enfermito al que la temporada pasada llevamos a algunos juegos. Ese chamo, más allá de las complicaciones derivadas de su accidente, podía escuchar mil veces lo de la zona libre de humo y luego sacar un Belmont y prenderlo como si nada. Nadie le decía nada, porque se nota a leguas lo de su condición especial, pero no era la idea.

Para mi sorpresa, Karol no ha hecho esa gracia en lo que va de temporada. Quizás su mamá le dijo que no lo hiciera —o sólo se le han quedado los cigarros en su casa—, quién sabe. Pero todo esto viene a que ayer, en ese juego tan fastidioso que sólo tuvo de bueno el hecho de que perdieran los Leones, dos manganzones (macho y hembra), aprovecharon la poca afluencia de público para sentarse delante de nosotros y sin más, encender par de Marlboros.

—Aquí no se puede fumar—dijo ella antes de darle un jalón a su cigarro.

—No le pares bola —respondió él—, quién nos va a decir qué, pues... Naaaah.

En eso, la que será mi vecina durante los próximos tres meses, una señora de lentes que apenas habla durante el juego, gritó a todo pulmón:

—¡Aquí no se puede fumar, coño!—Una vaina que yo creo que se escuchó hasta en el montículo porque, como dije, no quedaba mucha gente en el estadio. Los manganzones vieron a la señora, se vieron entre sí y, sin decir nada, se fueron. Claro, nosotros no somos maricones como los gringos, así que nadie aplaudió, pero me pareció una cosa digna de contar.



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