martes, 14 de septiembre de 2010

A los payasos de mi vida


Esta mañana en la puerta del banco había un payaso discutiendo con el vigilante. Este último le decía que no podía dejarlo entrar por motivos de seguridad, porque estaba maquillado y llevaba un disfraz. Luego de unos minutos el payaso desistió. La situación me llamó la atención porque salvo a Popy y a Krusty, odio a los payasos. Bueno, antes creía que los odiaba pero ahora estoy convencido de que sólo me parecen patéticos, no sé, piénsenlo: recibir dinero a cambio de pasar el día fingiendo que eres feliz, sonriendo, haciendo chistes, sacándote pañuelitos coloridos de los bolsillos así te estés comiendo un cable o te hayan atracado en una camionetica o te haya salido un furúnculo del tamaño de una fresa justo en el culo. Vaya mierda. En el resto de los trabajos (que tampoco son mejores) por lo menos tienes el derecho a andar malencarado todo el día, a angustiar innecesariamente a tus compañeros, responderle mal a los que osen hablarte, coletear a tu secretaria (si es que tienes) o joder a la gente (en el caso que ejerzas de policía, fiscal, juez o cargos afines). Claro, con eso no se resuelve nada, pero te entra un fresquito sabroso, un no-sé-qué qué no sé por qué pero tiene que ver justamente con poner a los demás al nivel de tus desgracias, lo cual funciona como un antibiótico intravenoso que a medida que gotea te va produciendo esa sensación de mejoría que al final siempre te arranca una sonrisa.



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