Lo que más me cuesta en este mundo es empezar. Después que empiezo, con
mucha alegría y motivación, me voy hundiendo paso a paso en una especie de
pasticho funcional que me termina dejando en un punto muerto que es peor que el
inicial. Ahora, si asumiera que me cuesta arrancar y luego continuar, lo
gramaticalmente correcto sería decir que me cuesta todo el proceso, pero eso no
lo puedo asumir porque sería un atentado directo contra mis ganas de empezar
cualquier cosa. Un sabotaje. Por todo esto no me sorprende ver la botella
blanca encima de la biblioteca esperando a ser asaltada por los múltiples
diseños que terminarán decorándola algún día. Es más, los diseños no están allí
(todavía) porque tampoco me los he imaginado, lo que me lleva a tener una
actitud anti-parabólica ante el vacío de mi blog de dibujo. En el polo opuesto
se encuentran las primeras páginas de varias novelas. Entiéndase: una página
por cada primer capítulo de cada novela distinta. Esto es lo que me carcome la
planta de la mano izquierda. Pudiera decir que me carcome el alma —como lo
dicen la mayoría de las personas— pero es un lugar común. No sé, cosas que
tienen que ver con el pragmatismo, o que no se pueden comprobar y sólo por eso
las desecho. Además que si el alma existiera y de verdad pudiera ser
carcomida, no lo lograría una novela que comienza y no continúa. Si así fuera,
no merecería ser mi alma, lo cual me regresaría —también en este caso— al punto
inicial de la diatriba. En fin, la página en blanco sólo me recuerda la
sensación de extrañamiento narrativo que nunca me abandona, a la que le temo
tanto que de puro miedo me veo forzado a sacarle punta a cada idea, a cada
personaje, limando detalles que podrían llegar a ser obstáculos en el futuro.
El planteamiento no tiene sentido, pero la verdad es que nadie me está
esperando, así que no tengo prisa.
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