sábado, 10 de mayo de 2014

Problemas de marido y mujer


Tan bonitas que se ven esas calles mojadas en las películas mientras que aquí una calle mojada normalmente obedece a dos razones: o se rompió un tubo de aguas blancas o se rompió un tubo de aguas negras. Nosotros somos así, de una simpleza que asusta. Por eso cuando me probé aquél sobretodo negro en el invierno uruguayo me quedaba de lo más regio, pero al imaginarme usándolo mientras hacía la cola del abasto del portugués de Ruiz Pineda para comprar papel toilette la imagen se me esfumó y quedé sumido una sensación inexplicable. Conversaba de esto hace poco con un amigo que viajó a Buenos Aires y volvió decepcionado. Me costó encajarlo porque yo me encerré a llorar en el baño del aeropuerto cuando me tocó regresar de Argentina. Conversamos y resulta que el muchacho no fue al Gran Rex, ni al Luna Park, ni al planetario, ni entró a las librerías inmensas donde se consigue de todo, ni compró discos viejos de los rockeros de siempre (ni discos de los rockeros desconocidos) y para más inri ni siquiera entró a un espectáculo de tango. La pregunta pertinente para la ocasión era ¿a qué fuiste a Buenos Aires? pero me dio pánico la respuesta así que me mandé un trago de guayoyo y pasé, total uno aquí ya pasa de tantas cosas que si lo incluyen como deporte olímpico nos llevamos las tres medallas. Ese día fue bien particular, porque al salir de trabajo regresé en metro a mi casa como lo hago todos los días y al llegar a Capitolio se formó una trifulca que ameritó que me sacara los audífonos —cosa que evito como a los piojos— creyendo que se trataba de una tradicional agarrada-de-culo a la muchacha que, para mala suerte del infractor, andaba acompañada. Pero no, en unos pocos instantes entendí que el objeto de los insultos era un hombre que, segundos antes, había tratado de defender a la misma mujer que ahora lo estaba agraviando, del hombre que estaba a su lado, es decir, de su pareja, que le había mandado un tremendo coñazo por la cara debido a no sé qué problema previo. Hubo un breve instante en que el tipo (el que estaba siendo insultado) y yo cruzamos miradas y descubrí en sus ojos el mismo desconcierto que normalmente veía en los míos. Como alguien había tocado el botón de emergencia del vagón tuvimos que esperar que se aparecieran los funcionarios de la PNB, que tenían aspecto —tantos por sus rasgos como por el color de su uniforme— de muchachitos de bachillerato, fue allí donde ocurrió lo más cumbre de la historia, porque de la misma forma que la mujer insultó a su otrora defensor, también se fajó a gritos con los policías para evitar que bajaran del tren al marido, a lo que se le debe agregar que algunas de las personas que iban en el vagón también le gritaron a los funcionarios para que dejaran seguir al Metro ya que estaban cansados y era un problema “entre marido y mujer”. De seguida ocurrió lo más simple y elemental: el insultado se salió del andén junto a los policías y los demás seguimos nuestro camino.

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