jueves, 7 de febrero de 2013

SMS


Un “hasta aquí llegamos” enviado por SMS es una bomba. Lo comprobé (de hecho lo disfruté). Me sentí como el piloto de un avión de combate que suelta las bombas y ni se despeina. Las suelta y ni se preocupa porque le salpique la sangre de los muertos. Los muertos que responden los SMS en modo zombi, o mejor aún, en modo Sexto Sentido, porque no asumen que están muertos. “Terminar qué si nunca comenzamos”, y uno se imagina una boca que se abre con lentitud mientras el cerebro procesa una respuesta que nunca es lo suficientemente rápida. Lo imaginas porque no la ves y no verla es lo que la hace mejor. “Eres un ser definitivamente egoísta”, esta —aclaro— fue como poner a un suicida en la cornisa de Parque Central, la reacción fue la nada misma, el silencio de un cuerpo que cae en el vacío, cuando mucho, lo cual te priva del placer de esa reacción visceral y espontanea que puedes ignorar con el movimiento de un pulgar. “Deja la ladilla” es el non plus ultra de algo que has venido perfeccionando hasta que suena como Bethoveen (aunque no te guste la música clásica), el Nirvana de un Houdini que usa botas de punta metálica (tipo Gabo en bachillerato). Se escribe con una mano mientras que la otra rasca algo que pica, normalmente entre las piernas, y sigue rascando hasta que se recibe la respuesta tipo “ok”, tipo xxx (de verdad ya no me acuerdo). Uno no le para porque las respuestas son lo de menos después que mandas tremendo bombazo. Te resbalan. Sabes que lo hiciste por la coherencia y un atisbo de sensación de incomprensión te toca suavecito. La ignoras. Llega el punto que no te importa. Sigues adelante. No hay más opciones.  
 Tomás García Calderón

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