viernes, 29 de julio de 2011

Por qué los elefantes no pueden tener celular

El pequeño paquidermo del este se quedó sin saldo y como un acto normal de la tecnología compró una tarjeta prepago para recargar. “Código de tarjeta invalido”, le indicó El sistema. Lo intentó de nuevo otro par de veces con idénticos resultados. Llamó al centro de atención telefónica y luego de sortear todos los filtros de El sistema, logró ser atendida por un ser humano. “¿Está segura que la tarjeta es de la compañía correcta?”, fue la primera pregunta. “¿Raspó íntegramente el código de la tarjeta?”, fue la segunda; “¿Intentó recargar el saldo por la vía convencional y por la vía abreviada?”. A todas respondió que sí. Se generó un reporte que sería resuelto en 48 horas. Cumplido el lapso El pequeño paquidermo del este seguía sin saldo. Armada de la paciencia de los elefantes volvió a sortear El sistema y fue atendida por un ser humano distinto al primero, a quién le relató —de nuevo— lo ocurrido, teniendo que responder las mismas tres preguntas. “El reporte anterior salió mal. Yo estoy reportando nuevamente la falla. En 48 horas le damos respuesta”, dijo el operador. Transcurridos los dos días el teléfono celular seguía más muerto que la barra de Petroleros de Cabimas. El pequeño paquidermo del este comenzó a afilar sus colmillos de marfil para envestir a El sistema. Se asesoró con un abogado, revisó la página del INDEPABIS, la de la Defensoría del Pueblo e incluso la de la Fiscalía. “Esto es una falta de respeto, ¡no joda!”,  bramó en el lenguaje de los elefantes. “¡Chavez tiene razón, hay que joderlos a todos!”, continuó por varios minutos. Llamó por tercera vez y el operador le dijo que el reporte anterior no tenía fecha, así que no habían comenzado a correr las 48 horas. El paquidermo iracundo se apersonó en el Centro de Atención al Cliente con los colmillos como cuchillos y la trompa dispuesta cual cañón. “Ojala que me atienda una tipita porque la voy a esguañingá”, amenazó. La atendió una señorita que después de revisar la tarjeta del problema raspó con su uña acrílica el único pedazo del código que había sobrevivido, dejando ver dos números: 8 y 3.  Introdujo los digitos completos y el saldo se recargó. Luego de eso se podía ver al pequeño paquidermo del este caminando por el boulevard con un mohín extraño en el rostro. La trompa no se le veía porque la tenía metida justo allí, donde todos saben.   

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