lunes, 18 de julio de 2011

Cómo...

Buscarle explicación al cómo de algunos cambios, la verdad es que me lo parte.

Desde unos días para acá comencé a dormir de ocho de la noche o tres de la mañana. Así no más, sin alarmas ni trampas. Siete horas de sueño continuo y despertón en plena madrugada. Heavy. Lo he aprovechado reescribiendo cosas viejas y sorprendiéndome del tiempo que tenía sin disfrutar un amanecer, como esa vez sobre el tanque del Morro, fumando Marlboro 100 y escuchando a Fito en un walkman o un diskman (no lo recuerdo), artilugios superados por el avance tecnológico; o la vez esa en navidad, viendo las estrellas que iban desapareciendo, sobre el capot de un malibú con Indie, que terminó eligiendo al gordo hijo´e puta que todo el mundo le dijo que no eligiera. Pero esa es otra historia. En cambio los pocos amaneceres que he visto en los últimos diez años han sido como vulgares, de esos que te atajan saliendo de una discoteca encandilado o comiendo cachapa en una arepera. Mundano, según la RAE. Claro, tantas horas de silencio tienen también su lado oscuro, ese continuo dialogo sin interlocutores, las ideas que rebotan contra si mismas y el pasticho de neuronas on the rock. Vileza vil. Construcción de excusas que nunca serán utilizadas (salvo en otro dialogo sin interlocutores); delirios de exilio sin grandeza; viajes de seis mil kilómetros; Providencia a las seis de la tarde; empecinamiento absurdo que no me abandona; búsqueda de lo que no se me ha perdido; sueños que no recuerdo y demasiado tiempo para planificar cómo me voy a equivocar.


 
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