miércoles, 21 de julio de 2010

Señales, Sai Baba y otras menudencias por el estilo


Esto de no ver las señales, los avisos, las premoniciones, esta cosa metafísica que la gente se traga con los libros de Sai Baba, es un mal de familia. Basta con recordar lo que pasó el día que fui a casa de Viviana, Iliana, Diviana, no sé, la portuguesita con tufo a la que le bajaba las pantaletas a los 10 años (para nada, porque en mi casa lo más parecido al sexo eran los chistes de doble sentido), a entrompar al ladrón de su hermanito —que me había robado unas upper deck— y estando allá la vieja patas-callosas que los parió salió gritando en portugués y yo, que era como sensible en aquella época, me cagué y salí corriendo, y quizás por el mismo susto no pensé que fuera una señal ni nada parecido, y ahora caigo en cuenta de que nunca me la cobré, que debí haber ido a la oficina de la vieja en la sacristía (porque la muy golfa se la daba de beata) meterle un empujón y, estando en el piso, cachetearla con el glande diciéndole que pidiera auxilio en portugués. Perra.
La segunda señal la recibí en La Esmeralda, con la vieja que no follaba porque a su esposo no se le paraba ni entablilla´o (no habían inventado el viagra) así que la nata de allá abajo se le había ido al cerebro y, entre otros trastornos de la personalidad, le impedía asumir su negritud, así que cuando me vio con su hija agarró y le dijo qué cómo coño andaba con un negro, lo cual me ofendió en el alma porque coño ¡yo no soy negro!, y al final me largué pero volví a los cuatro años y la vieja estaba de lo más light (porque ya habían inventado el viagra) pero yo quería venganza y le apliqué a la carajita el cuento de que nos íbamos a casar, a tener una casa de dos pisos, dos engendros, un perro, y que con cada beso iba a salir un arco iris, y cuando la tuve convencida la mandé a comerse un cerro de atol con la excusa de que la culpable era la vieja, que no me quería y otras vainas locas que sólo se podía creer una tipa más tarada que un mongolico, y el hecho es que la carajita quedó lerda por unos meses, en una nota de odio-a-la-humanidad que supuestamente se le pasó cuando la llevaron al psicólogo, al psiquiatra o, con lo pichirre que era el papá, probablemente a un brujo. No lo sé y no me importa.
Y bueno, como esas perlas otras, quizás menos escatológicas, cosas que se soportan para seguir creyendo que se puede, que se va a lograr algo que en el fondo poco importa, como cuando uno va caminando y aparece un perro chiquito ladrando como poseído por el demonio y uno lo ve sin hacer nada, a sabiendas que con una sola patada basta.




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