Ahora que estudio en el exterior comprendo que
estudiar en el exterior está sobrevalorado. Tanto aquí —en el primer mundo— como allá —que ya no es ni el tercero—,
ocurren las mismas cosas: los profesores te califican como quieren, te cambian
las reglas de evaluación y cuando estás
caminando en la cuerda floja… te soplan (no para tumbarte, sino para que
sientas un poquito el vértigo de la altura). En cuanto a los alumnos, aquí y
allá siempre hay un idiota que les jala bola a los profesores, no para pasar,
sino porque disfruta el acto de jalar los testículos ajenos. Tampoco es un
monopolio de nuestra herencia indígena tener pendejos que se la pasan
preguntando sandeces sólo para destacar (el pendejo de mi pregrado se llamaba
Coby, por cierto). Así las cosas, mal podría andarme con complejos sudacas ante
las nuevas circunstancias —que son idénticas a las viejas pero con más caché— cuando
nada ha cambiado: sigo pasando las materias por los bigotes del gato; sintiendo
los soplidos de mal aliento por cada paso que adelanto en la cuerda floja;
declarado asocial, ratificado impopular; más de lo mismo pero más viejo; igual
pero muerto de frío en invierno; pelando bolas como siempre pero en otro idioma.
just the truth
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