martes, 6 de abril de 2010

Vendiendo el destino


Hace nada que un amigo me comentó que estaba deprimido. Conversamos un rato y se me ocurrió que si venía para acá —de vacaciones a la playa— se sentiría mejor. Cuando lo invité le agradó la idea, pero de inmediato me dijo que había leído en el portal web de uno de nuestros periódicos que aquí mataban a más de cien personas cada fin de semana. Entendí que para él —más que para mí— era una cifra escandalosa, así que le pedí que se quedara tranquilo explicándole que la mayoría eran ajustes de cuentas entre malandros de Caracas y que, si venía, pasaría directo de Maiquetía a la urbanización privada de una playa en el interior. Se tranquilizó, pero al rato me preguntó si ya habíamos superado la crisis eléctrica. No le pude mentir, pero le propuse que tratara de que sus idas a la playa coincidieran con los recortes de luz para estos no le afectaran. Le pareció buena idea y me preguntó si la casa donde se iba a quedar tenía tanque, porque vio por cable que nuestras represas estaban casi secas. Como no sabía, le dije que si por casualidad no había agua cuando llegara a la casa, se metiera en la piscina a esperar que llegara. Por último me preguntó si aquí seguía el control de cambio o si podía cambiar dólares en cualquier parte. Le costó entender lo del mercado negro y cómo es que el cajero del banco siempre llama al malandro que te roba pero nunca lo meten preso. Hacia el final de la conversación ya habíamos descartado su visita y yo estaba, calendario en mano, buscando fechas para mi viaje.




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