Las
cosas se van estancando en la comodidad, en mi comodidad, en el bostezo que es
síntoma inequívoco de la pereza de seguir. Es mi culpa, lo sé. Lo extraño –para
los demás— es que nunca lo he negado y el presente no es más que el resultado
de una operación matemática perfecta, insoslayable, “las matemáticas no
fallan”, ¿no?, entonces por qué fingir la expresión de sorpresa y errar andando
por el camino de la manipulación, por el camino maldito que lleva al lugar
donde me siento más cómodo, a mi casa, al espacio donde el arte más preciado es
ignorar al otro y yo soy, por mucho, el virtuoso entre los virtuosos. ¿Un
consejo?, no, una reflexión: el grosor del trago no es proporcional a la
estrechez de la garganta sino al momento justo en que se asume la pérdida de
tiempo; instante vil de desazón intensa, de lucidez insoportable que aniquila
los cuerpos alimentados con mentiras piadosas, sedientos de sueños utópicos de
cambio, de un cambio que no ocurre, que no se vislumbra, que no pasará.
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